Un hombre cualquiera observa
intrigado los retratos de la recepción, mientras un botones le sube la maleta a
la habitación y el aroma de la cafetera le hace encallar en la cafetería cual
canto de sirena.
Así, un hombre cualquiera disfruta
en plena primavera del turismo de invierno, acomodándose en un artístico hostal
de la capital. El mal tiempo le hace quedarse en las estancias confraternizando
con los huéspedes que destacan por su
carácter variopinto y peculiar. Un hombre cualquiera les observa ensimismado
por creerles carne de tintura para un lienzo, todo ello ambientando por una
humeante pipa que se han dejado en la mesa central. En el café del hostal
comienza una acalorada discusión, entre bohemias copas de vino, sobre el método
cartesiano entre varios comensales y el estudiante de Heidelberg. Junto a la ventana destaca un cuadro por el
tamaño del elefante, escondiendo a una joven pareja de recién casados que
preparan su luna de miel en Portugal.
Mientras la solitaria barra sirve
de cocina improvisada para dos tertulianos que dirimen sobre el punto de
cocción de los crucifijos antes de irse a escandalizar a propios y extraños con
una serenata nocturna. El bullicio de la estancia se eleva con las sonoras
risotadas y comentarios de unas peculiares parejas formadas por mujeres con
vestimentas y tocados de fallera y unos acompañantes con sombrero y mocasines,
que se asemejaban a los gánsters de la banda de Botines en la convención anual
de amigos de la ópera. Y al final la noche se ahoga en brazos del Kaiser,
cuando los individuos se retiran a sus habitaciones.
Y así, de camino a su
habitación, un hombre cualquiera sufre
el inexorable avance de las agujas del reloj, asimilando la máxima de su
inscripción 'tempus fugit'.