viernes, 15 de junio de 2012

Lo liviano de lo libidinoso


Un hombre cualquiera recibe estrictas indicaciones de silencio y ocultación sobre asuntos reservados para la opinión pública a pesar de los agravantes y la publicidad hecha de los delitos.

Los secretos se encuentran heridos de muerte desde su más tierna gestación, sufriendo la letal estocada en el propio clímax del coito. El símil sexual se basa en la excitación que ambos casos producen por lo prohibido e íntimo que suponen, ya que ambos surgen del ámbito privado, muestran aspectos y elementos ocultos al público y acaban con sus protagonistas abatidos, sudorosos y, sobre todo, relajados por soltar lastre. Además, tras el agradable cosquilleo y la innata y virginal pérdida, su práctica se vuelve liviana y, en el mejor de los casos, cotidiana y libidinosa.

Además, la conjunción y la yuxtaposición atañen a todas las personas del plural y del singular, tanto el sexo puede ser secreto, como éstos pueden ser sexuales. Así, la íntima relación simbiótica puede fundirse en una creciente bola de nieve que nos asola al más puro estilo de Indiana Jones y el arca perdida. Si este es el caso, lo problemático de la divulgación del secreto y lo desvelado de la incesante práctica contraen importantes consecuencias por  la excitada cafeína y el sufrido insomnio, que acaban generando una extendida pandemia de orejas arrugadas e imperfectas miradas con ojeras a la mañana siguiente.

Y así un hombre cualquiera se confina en una ecléctica clausura ante los secretos a voces que se pasean por las calles y plazas siguiendo las indicaciones cartográficas de una frívola veleta.

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