lunes, 27 de agosto de 2012

Lo consumido de las protestas



Un hombre cualquiera se topa de bruces con una pintada callejera en la que se ensalza la igualdad y la libertad de los individuos en un angosto callejón.

Cuando un hombre cualquiera retoma la conciencia de sí mismo, tras la lectura de la declarante pintada, un enjaulado rumor capta su atención en la acera de enfrente. Allí apareció una lúgubre y luctuosa tienda de mascotas y animales de compañía con una casi exclusiva dedicación a canarios y periquitos. El decolorado local sumía al espacio, las mercancías y al propio tendero en un monocromático espectáculo de insípida horchata, empobreciendo la áurica conversión del Rey Midas. Así, incluso la infame influencia del lugar provocaba que cuando un atrevido muchacho se asomaba a su escaparate en busca de una mascota para recordar su infancia, al salir de la pajarería su anhelo se revertía en un impasible rostro, donde la más mínima alegría se había consumido como las brasas en el amanecer de San Juan.

Sin embargo, una mañana de mayo, en ese intervalo de tiempo en el que el sol se cuela fugitivo por las rendijas de persianas y escaparates, la luz y color salpicó al negocio y se cobijó en el airón de un coqueto periquito absorto en el soleado reflejo de su espejo. El aviar y heroico David en la lucha contra el oscuro Goliat, que sumaba al resto del inventario, expuso su colorido plumaje original y, de paso, se sacudió la grisácea imposición. De repente, un estruendo retuvo la respiración de la pajarería, cuando el edificio de enfrente se desvaneció ante el imperdonable avance de la bola de demolición, que devolvió la luz, el color y la vida al pequeño negocio de animales y convirtió el apartado callejón en la plazuela del progreso.



Y así un hombre cualquiera presenció cómo la caída de los quejosos muros liberan del aislamiento tras la consecución de los ideales.

Imagen de los 'Pajarines en Oporto" cedida por Athelass85
http://www.flickr.com/photos/athelass85/5099136027/in/photostream

sábado, 18 de agosto de 2012

Lo infranqueable de la meta


Un hombre cualquiera encuentra síntomas de la vejez a través de lo cambiante del entorno cuando el parque se convierte en lugar de paso y no en estancia para los juegos. 

La carrera del tiempo cuenta con unos atletas desprovistos de toda atención y que necesitan de alarmas visuales y cognitivas para concentrarse en los adversarios. La interminable e inexorable competición avanza progresivamente sobre la pista perdiendo corredores con el cambio de testigo o por fulminante descalificación. Sin embargo, el resto de corredores siguen avanzando a pesar de que el vacío de los desvanecidos se conviertan en un peso sobre sus espaldas.

El carácter multitudinario de la carrera revierte en individualismo sistémico y narcisista. Así, la hipotética visión de un espectador acabaría concentrándose en el árbol y obviaría la masa forestal a la que pertenece. Por ello, lo paradójico de la carrera está en la ausencia de la entrega de medallas y de diplomas olímpicos al finalizar, pero para cuando se alcanza este conocimiento la meta se ha convertido en una frontera infranqueable para el exhausto corredor.

Y así un hombre cualquiera pasea por el entorno para resituarse sin molestar, observando su ayer en las diversiones de hoy.

lunes, 13 de agosto de 2012

Lo incomensurable de los impasse


Un hombre cualquiera circula por las desiertas carreteras del mediodía, cuando hasta los grillos duermen la siesta a la sombra de borrachos hierbajos al sol. 

En la distancia el calor provoca espejismos de vapor y humo que se desvanecen con el más leve parpadeo para la corrección del enfoque. El calor colapsa la vida en las carreteras secundarias a la hora del yantar, incluso los pueblos más habitados, a tenor de sus campaniformes pirámides demográficas, se convierten en fantasmagóricos belchites con puertas y ventanas cerradas a cal y canto. Sólo el rugir del motor aporta una mecánica respiración al entorno, pero es insuficiente para reanimar el soleado coma inducido de las postrimerías de agosto.

Y, de repente, se materializa la incertidumbre ante el único ser que habita la asfáltica serpiente de brea y líneas discontinuas. El incierto futuro se sitúa a menos de trescientos metros al salir de la última curva, cuando el horizonte se corta por un tajo firme que marca la divisoria entre el cielo y el infierno. Y así el conductor encara el cambio de rasante que implica un precipicio horizontal para la vista, un instantáneo devenir imaginativo para la mente y un esperanzado sentir que acelera los latidos bajo el bolsillo de la camisa. El pie percute inconsciente sobre el freno para degustar el enigmático momento del impasse, que se antoja particular e inconmensurable ante cada declive del camino. 

Y así, un hombre cualquiera encara el vehículo hacia el futuro pisando el grave acelerador para despertar a los intermitentes grillos y anunciar que retoma el camino.

jueves, 9 de agosto de 2012

Lo reflejado de la frescura


Un hombre cualquiera desempolva los viejos álbumes de fotos que se descolocan entre recuerdos de juventud.

A la orilla del mar la vida transcurre pareja a la marea y, en consecuencia, a la luna que dirige el discurrir de la vida ante la agnóstica indiferencia del día a día. Las luces de la noche sobreviven del reflejo del faro y la acuática sal da sabor a la monotonía de los momentos que se dejan llevar por las manillas del reloj, como el globo de helio asciende con la brisa sobre el cielo de la feria. En las cristaleras del paseo se refleja el mar y simbióticamente los ventanales se miran coquetos en el náutico espejo sobre unas aceras encharcadas por el orvallo previo, que proyectan el cielo despejado.  

En medio de la espiral de reflejos, la dueña del obturador sale de su portal enfundándose unas enormes gafas de sol, que no desaceleran el empequeñecimiento de su pupila. Se dirige a la playa para sentarse unos minutos antes de poner en marcha su agenda cotidiana. A la dueña del obturador le gusta sentarse en la playa para observar la azul enormidad del océano, que contrasta con sus recuerdos sobre la amarillenta solana de los mares de trigo de su tierra. El fresco ascenso de la marea sobre sus pies descalzos le despierta de sus recuerdos y le empuja con fuerzas para luchar por el mundo. 

Y así, un hombre cualquiera descubre que debe cerrar el obturador porque los recuerdos deslumbran incluso inmortalizados.

sábado, 4 de agosto de 2012

Lo esencial del nirvana


Un hombre cualquiera se siente participe de las apuestas de un hipódromo cuando un grupo de turistas le persiguen con el musical trote de sus chanclas sobre los adoquines. 

El verano se sirve de los típicos tópicos para retroalimentarse y sobrevivir al asfixiante ascenso de los diurnos mercurios y los nocturnos venus. Así, los turistas se propagan por la mutación veraniega resultante de las picaduras de los mosquitos y el etílico atontamiento de las afrutadas sangrías. Su petrificada máxima se basa en la inmortalización de cada momento dentro de una bulliciosa burbuja con la que invaden paraísos históricos y naturales, reconvertidos en tragaperras con un único ganador. 

El descanso de los mercantilizados paraísos sólo se consigue en un instante, mientras los turistas se van...y justo antes de que la siguiente recua desembarque para la colonización. Durante ese escaso período de tiempo, el edén recobra su estado natural sin ley ni gobierno, ni artificiales manufacturas que le reduzcan su libertad y su original esencia. Ese instante está alejado de los indiscretos catalejos que gritan ¡tierra! mientras bajo sus pies todo se hace aguas. Finalmente, el nirvana se esfuma y el paraíso retoma el tintineo de la calderilla para desplomarse en una efímera realidad. 

Y así un hombre cualquiera huye de los caminos marcados hacia el redil para evitar ser marcado por la "rapa das bestas".