Un hombre cualquiera le gustaría
ser lenguaraz, ingenioso, de rápida verborrea o un charlatán que no se calla ni
debajo del agua...
Así, mis comentarios sólo abarcan la
parte más mínima de la realidad, que se encuentra en un submundo de globalidad
absoluta. Tocamos cada día la realidad, nos salpica con sus noticias, nos
alimenta con un maná de prepago en el supermercado y nos atrapa ante una
pantalla digitalmente conectada. La realidad se vuelve tangible en sus detalles
y nos llega por una inmensidad de ventanas y puertos usb por los que conectarnos
a ella. Sin embargo, sólo la tocamos en su más mínimo plano táctil y el resto
se guarece visiblemente a un palmo de nuestras narices.
El submundo de globalidad se nos
presenta a partir de esos pequeños y nimios detalles que varados viajan hasta
nosotros por casualidad o búsqueda aleatoria, emergiendo momentáneamente para
que los apreciemos boquiabiertos y luego se hundan nuevamente. Así, los
comentarios se pierden en la realidad configurándose en satélites artificiales que
los perdemos de vista con la brusquedad de un porrazo antidisturbios.
Y así un hombre cualquiera se
apunta a un cursillo de discursos acuáticos para conseguir una argumentada
dialéctica tan clara como el agua de un arroyo.
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