lunes, 26 de noviembre de 2012

Lo inconfundible de los extraordinarios (3º caso práctico)



Un hombre cualquiera tiene la innata capacidad de toparse con seres extraordinarios y personajes inconfundibles entre históricos paraninfos y el cielo de Madrid.

El positivismo por la vida sólo acaba inculcándose cuando se batalla la desazón y el insano malestar con unas inconmensurables dosis de humor y tranquilidad; todo ello, sin que las negras tormentas agiten los aires de Algeciras a Estambul . Sin duda, el caso más empático con esta afirmación lo representa el bienhumorado sureño que hace bandera de estos principios allá donde se presente, ya sea en la Galia, junto a Asterix y Obelix, o en la Punta de Europa, comprando exóticos dulces con acento británico. Así, su positiva visión reduce el tamaño de las olas ante los temporales y convierte las pesadillas en simples tropiezos que te despiertan en mitad de la noche.  

Además, el bienhumorado sureño es un fastuoso anfitrión que recibe y se abriga  con allegados y propios. Y aunque nunca llegó a ser el cívico ciudadano decimonónico que le gustaría haber sido y pertenecer a masónicas agrupaciones secretas, conoce intimidades palaciegas y escarceos amorosos de glorias de postín y cartel. Además, su espíritu de Willy Fog le ha llevado a conocer nuevos mundos en trenes que viajan hacia el norte, pero siempre consciente de que su brújula se orienta hacia el sur.

Y así un hombre cualquiera aprovecha su potencial facultad para atrapar la contagiosa alegría que caracteriza a lo inconfundible de los extraordinarios. 


Descubre más inconfundibles extraordinarios de la mano de un hombre cualquiera:
El tertuliano de las antípodas: http://bloghombrecualquiera.blogspot.com.es/2012/10/lo-inconfundible-de-los-extraordinarios.html
El mafioso polaco: http://bloghombrecualquiera.blogspot.com.es/2012/09/lo-inconfundible-de-los-extraordinarios.html


jueves, 22 de noviembre de 2012

Lo singular de lo extraordinario



Un hombre cualquiera se despierta en festivo con la extraordinaria singularidad de nadar por la casa sin más necesidad que disfrutar del tiempo y de su morada.

Tras abandonar los brazos de sábanas y mantas donde retoza con la soñadora en pijama, un hombre cualquiera bosteza saludando al nuevo día como un grito ahogado de buenos días. Al levantar la persiana, la quimérica niebla de las ventanas impide ver un burro a más de tres pasos sobre la cuerda floja. El vahó se conforma como un sutil aislamiento de la realidad al otro lado del cristal y sin red. Así, el gusto por el tiempo paradójicamente se realiza de espaldas al reloj o, quizá de forma más plausible, liberando las muñecas de los grilletes con segundero.

La tranquilidad del desayuno sigue el pausado ritmo del vinilo de jazz en el tocadiscos acompasado por los rasgados pasos del cuchillo sobre la rebanada tostada, que incluye la soñadora en pijama sin pentagrama. Mientras, los ebrios sobaos abandonan la taza por intoxicación de lactosa dejando el recipiente como un desértico pluviómetro ante la escasez de las lluvias. Progresivamente, la artificial niebla se esfuma con los rayos de sol que iluminan y calientan con carácter renovable y sin IVA incluido ni repercutido. Así, el tiempo comienza a marcarse por la oscilación solar hasta el "luscofusco" cuando la lámpara colapse el espacio - tiempo en un único ente que se alargará en el sueño con calcetines de una noche sin pesadillas.

Y así un hombre cualquiera despierta con la resaca de las sábanas marcadas sobre la mejilla mientras la maléfica risa del despertador le devuelva a la nunca acostumbrada cotidianidad.

lunes, 19 de noviembre de 2012

Lo acolchado de las burbujas



Un hombre cualquiera brota en medio de un fantasmagórico bosque donde el musgo se ha convertido en un acolchado microclima de cojines que indican hacia el norte.

La tranquilidad de los bosques encierran una animada vida que subyace en el más absoluto de los silencios. El almohadillado y esperanzado manto de superficies horizontales y verticales se conforma como un natural papel de burbujas para protegerse de la mano del desquiciado ser inhumano. Y las ramas por su parte se entrelazan, se retuercen o simplemente luchan contra la gravedad con la complejidad del último sistema biotecnológico.  

La semioscuridad impregna el discurrir diurno conformando una vida a media luz, que ralentiza la fotosíntesis del alma vegetal con formas imposibles por alcanzar la luz al final del túnel. Y la parcialidad de la luz presenta la belleza con un fresco aire de insinuación, mientras que la imperfección sufre un mágico ataque de postproducción. Al fin, a la hora en que los búhos toman el pulso nocturno con su ulular, el bosque se anima en el sueño de una noche de otoño cuando los tostados matices del tapiz se van a apagando en un azul oscuro casi negro. 


 Y así un hombre cualquiera se despereza sobre el musgo de franela adquirido en las rebajas junto a la soñadora en pijama, mientras apartamos las crujientes hojas del otoño. 


Imagen de los ''IMG_1971" cedida por Evestylah
http://www.flickr.com/photos/evestylah/6420074785/in/set-72157628194027811


jueves, 15 de noviembre de 2012

Lo duplicado de lo literario



Un hombre cualquiera corre ansioso por el andén, haciendo que su maleta vuele por los impulsos de su carrera, hasta alcanzar la entrada al vagón en el literario momento que el último pitido anuncia la salida de la estación.

El vagón estaba a media entrada, como las gradas en un partido intranscendente de la mitad de la tabla, lo que permitía asientos dobles para todos los pasajeros al precio de un único billete. Tras un reconocimiento de supervivencia sobre las salidas y el holgado espacio vital extraordinario en la clase turista, un hombre cualquiera se acomoda y guiado por el marca páginas continúa con la lectura de 'El hombre duplicado' del camarada Saramago. Justo en ese mismo instante, los altavoces anuncian un problema técnico que retrasa el viaje en ambas direcciones, produciendo un rebotado eco de impaciencia entre los viajeros propios y los paralelos del palíndromo de la vía dos con destino desconocido. 

La incertidumbre sobre las cuestiones técnicas siempre inducen al cruce de miradas en busca de respuestas con los igualmente ignorantes compañeros de viaje. Durante la inútil exploración, un hombre cualquiera va familiarizándose con las caras del resto de billetes y a través del cristal con los desconocidos del convoy vecino. En su peculiar juego del quién es quién, un hombre cualquier descubre que el viajero del asiento al otro lado del pasillo guarda una similitud milimétrica con un viajero del sentido contrario. La curiosa coincidencia le incita a buscar las razones sobre los parecidos: vinculaciones familiares, un experimento científico secreto, dos gemelos separados en su infancia, una coincidencia genética desconocida, una operación de cirugía premeditada... En la absorta cavilación, un hombre cualquiera baja la mirada y encuentra la respuesta en sus manos. 'El hombre duplicado'.

Y así un hombre cualquiera se convierte en extra de las historias que lee por su implicación en los hechos a través del transporte narrativo.

lunes, 12 de noviembre de 2012

Lo espontáneo del beefeater



Un hombre cualquiera se queda petrificado a las puertas de un místico edificio cuando unas voces infernales salpican agresivamente la tranquilidad de las aceras y de los viandantes.

El agnosticismo de un hombre cualquiera se resiente porque los histriónicos sonidos se escapan del templo y acaban por malograr el laicismo a pie de calle. Así, su ojiplatica expresión se debate indecisa entre la sorpresa y el miedo sobre la razón o causa de aquellos horripilantes cánticos; manteniéndose firme y expectante como un beefeater a las puertas de Buckingham Palace. Sin embargo, el miedo a una posible combustión espontánea al pisar suelo sagrado le impide solventar su curiosidad adentrándose en la franquicia del Vaticano.

Su mente rápidamente comienza a imaginar masónicos ritos de iniciación o inquisitivas ceremonias que no consentiría ni el mismísimo camarlengo. En el ignorante delirio de pensamientos crea la imagen de un exorcismo fratricida entre el innombrable dueño del infierno y el santísimo crucificado por la gracia del altísimo. De repente, un golpe de viento cierra solemnemente las puertas de la iglesia, lo que provoca una atronadora reacción en un hombre cualquiera a una vertiginosa velocidad de 160 kilómetros por hora, que con un estornudo inaugura un catódico resfriado por lo gélido de las corrientes.  

Y así un hombre cualquiera vuelve a la consciencia sin turbaciones dogmáticas cuando deja de oír los ensayos de los vocalistas del coro.