martes, 28 de febrero de 2012

Lo 'evolucionable' de la manipulación

Un hombre cualquiera es manipulado por las circunstancias y condicionamientos de su entorno, constituyendo, en último término, la evolución inherente por aquello que nos rodea, ya sea la más gigantesca y titánica reforma política pública o la más mínima premonición por nuestra autosugestión ante el más trivial de los actos cotidianos. Y, así,  nos convertimos en influenciables y manipuladores, conformándonos en un oxímoron incoherente e ilógico que se retroalimenta a sí mismo y al resto. 

La mano que manipula al títere maniqueo puede pertenecer a un ente superior o al más ínfimo individuo. Nos manipulan e influyen desde una infinidad de ámbitos: los avances tecnológicos nos crean nuevas comodidades que terminan por hundirnos en el pecaminoso sofá de la pereza; el diseño publicitario y el marketing nos engatusan con productos y servicios que nos crean innecesarias necesidades inagotables; el adoctrinamiento de instituciones y medios de comunicación nos infunden reglas y formas de vida que sólo les benefician a ellos: e, incluso, los más cercanos te revelan fórmulas y consejos que te modifican.  Desde el más grande manipulador hasta el último mecanismo de la influencia te hacen madurar y crecer, evolucionando sin saber si es para progresar o para anquilosarte en un rudimentario mundo del interés y del business.

Así, un hombre cualquiera reflexiona sobre las técnicas de la manipulación y de la influencia que utilizan en su quehacer diario para hacer evolucionar a sí mismo, a los demás y a su entorno.

domingo, 26 de febrero de 2012

Lo decimonónico de la realidad


Un hombre cualquiera podría haber sido un ejemplar ciudadano decimonónico. El convulso siglo le habría reportado una chistera y un monóculo para asistir a la ópera o para ver una comedia en el teatro; le habría encantado participar en el nacimiento de partidos políticos y movimientos ideológicos; y hasta habría podido haberse convertido en un masón y realizar su último paseo en un carruaje con dos equinos negros engalanados para el luto. 

Sin embargo, a pesar del lento caminar de este incierto siglo XXI, un hombre cualquiera puede disfrutar de ciertos lujos decimonónicos con las mejoras tecnológicas y gastronómicas que entonces no existían. Así, un hombre cualquiera se reúne con la soñadora en pijama y el tertuliano de las antípodas para charlar al fuego de la hoguera de la diosa Atenea. En esta ocasión un hombre cualquiera y la soñadora en pijama, que se ha engalanado con sus quiméricas gafas de pasta y sus galas de contemporánea retro, se han citado con el tertuliano de las antípodas para especular de lo divino y lo humano a la sombra de un buen libro y aromatizados por el vapor de un café. 

La ocasión pinta especial porque el tertuliano de las antípodas recibió un código contemporáneo sobre las técnicas del flirteo y un billete para viajar sobre raíles a la infancia. Ciertamente los obsequios  reúnen los juegos del niño y del hombre entre conversaciones económicas y dudas técnicas.

Y así discurre la mañana de un hombre cualquiera preparando un equipaje entre el norte y el sur...

jueves, 23 de febrero de 2012

Lo extraordinario de la cotidianidad

Un hombre cualquiera vive en la cotidianidad, que se ve sobresaltada por momentos, instantes y por las demás cosas que rompen la monotonía con dichos hechos extraordinarios. Así, lo extraordinario no se envuelve de grandes envoltorios, ni necesita de varias cifras en la factura, sino que  son elementos de escaso valor pero de necesidad suprema para el día a día: la música de un nuevo anuncio, el descubrimiento de un sabor cocinado por la soñadora en pijama, un logo que es un preludio de un nuevo tiempo, sumergirse en una lectura ante el tedioso traqueo del día o el anuncio de la aventurera de las siestas. Estos momentos, instantes y demás cosas hacen que la cotidianidad sea sólo un complemento y no la base de la vida.

Y así un hombre cualquiera termina un día embarrado por las cenizas y el olor a sardina asada en el cementerio.