Un hombre cualquiera es manipulado por las circunstancias y condicionamientos de su entorno, constituyendo, en último término, la evolución inherente por aquello que nos rodea, ya sea la más gigantesca y titánica reforma política pública o la más mínima premonición por nuestra autosugestión ante el más trivial de los actos cotidianos. Y, así, nos convertimos en influenciables y manipuladores, conformándonos en un oxímoron incoherente e ilógico que se retroalimenta a sí mismo y al resto.
La mano que manipula al títere maniqueo puede pertenecer a un ente superior o al más ínfimo individuo. Nos manipulan e influyen desde una infinidad de ámbitos: los avances tecnológicos nos crean nuevas comodidades que terminan por hundirnos en el pecaminoso sofá de la pereza; el diseño publicitario y el marketing nos engatusan con productos y servicios que nos crean innecesarias necesidades inagotables; el adoctrinamiento de instituciones y medios de comunicación nos infunden reglas y formas de vida que sólo les benefician a ellos: e, incluso, los más cercanos te revelan fórmulas y consejos que te modifican. Desde el más grande manipulador hasta el último mecanismo de la influencia te hacen madurar y crecer, evolucionando sin saber si es para progresar o para anquilosarte en un rudimentario mundo del interés y del business.
Así, un hombre cualquiera reflexiona sobre las técnicas de la manipulación y de la influencia que utilizan en su quehacer diario para hacer evolucionar a sí mismo, a los demás y a su entorno.