sábado, 31 de marzo de 2012

Trilogía 'Lo paradisiaco de lo viajado III': Lo pantagruélico de lo soñado


Un hombre cualquiera retoma la clase que dejó ayer con el maestro Unamuno, mientras siente un pétreo croar imbricado en el respirar de la ciudad.

Tras un sinsentido punto y seguido, un hombre cualquiera bajó las escaleras hasta un estable párrafo  sobrevolado por una bolboreta a un descansillo de distancia. Y comenzó a ver la realidad a través de un visor para grabar el trascurrir y discurrir de unos días tan rápidos como la existencia de un alérgico estornudo.  

Un hombre cualquiera configuró el diafragma para los cambios de luz y los flashes que inmortalizaban a secuestradores de medio pelo, mágicos mimos, famosas réplicas, decrépitas cantantes y otras mil historias soñadas y materializadas con el goteo de la tinta sobre un guión. Así, los artífices de guiones y los inmortalizados personajes quedaron grabados en la memoria colectiva de una variopinta generación, a los que las circunstancias y la incertidumbre nos les robaron las ganas de imaginar y producir sueños  y nuevas realidades.

Y así un hombre cualquiera recuerda los sabores de tiempos pasados porque sin estos paraísos pantagruélicos no sabría comerse la vida cada día.

jueves, 29 de marzo de 2012

Trilogía 'Lo paradisiaco de lo viajado II': Lo destilado del tiempo


Un hombre cualquiera se trasladó a un mundo paralelo donde la sangre de toro impregna fachadas con ornamentos de pétreo perfil y los ecos de vítores a ilustres personajes se entremezclan con el bullicio de las nocturnas calles abarrotadas.

Un hombre cualquiera volvió a comenzar de cero con un cronómetro colgado al cuello. Ante el incesante y apabullante avance de la cuenta atrás estrujó el tiempo para destilar cada postrimero y póstumo segundo. Y consiguió bloquear las agujas para adentrarse en laberintos sin mapa ni brújula por los que se perdieron Calixto y Melibea en otro tiempo.

Todo se acabó cuantificando por el tiempo de su provecho: el canto del alcaravan sobre una taza de café, el aroma a croissant francés de las calles, el histórico relato de los medallones o el artificial despertar de las piedras tras el ocaso. El tiempo se convirtió en el precio de la felicidad que no se compra con dinero y cuando se termina te deja en una desolada bancarrota.

Y así un hombre cualquiera incrustó su cronómetro en una pétrea concha para fosilizar la felicidad del tiempo a la sombra de la Clerecía

martes, 27 de marzo de 2012

Trilogía 'Lo paradisiaco de lo viajado I': Lo purificante del agua


Un hombre cualquiera entona a Castelao y Rosalía cada dos por tres, seis, para no convertir en vaho las imágenes de experiencias y vivencias a orillas de una ría o a la sombra del botafumeiro.

Allá, allí, ahí... Un hombre cualquiera se empapó por nuevas ideas, horas felices, conocimientos catedráticos y sobre todo por el agua, mucha agua. El agua que purificó cuerpo y alma para inmiscuirse en nuevos caminos donde engañar a la santa compaña, mientras se recorría los dominios de Breogan desde las burgas a la verdura sin saber si subía o bajaba. 

Todo ello a través de un tono que convierte en cuestionamiento lo incuestionable y humedeciendo hasta el último 'recuncho' del alma entre malas y pécoras compañías. Mientras un hombre cualquiera sufre una precoz morriña antes de un exilio con billete de vuelta para despedirse. Y al volver el cielo seguía encapotado pero lleno de estrellas, mientras a ras de suelo los días iban marcándose a golpe de croque en la memoria.

Y así un hombre cualquiera vivió lo paradisiaco en el abismo donde el mundo dicen que se acaba, pero dónde realmente para él comenzó...

sábado, 24 de marzo de 2012

Lo inmortalizado del origen


Un hombre cualquiera recuerda su origen porque es la única forma de saber a dónde va o por dónde hay que girar para volver a su camino.

A pesar de su ausencia y exilio un hombre cualquiera nunca olvida su origen por muy lejos que las raíces busquen sustento. Y esta circunstancia no se vincula a una especie de patriotismo abanderado, mapa atomizado o estratificación burocrática, sino que se fundamenta en una forma de entender el trascurrir de la vida y de afrontar el destino. 

Paradójicamente, el entendimiento y el afrontamiento son similares a los que otros con un origen abismalmente opuesto pueden desarrollar. Pero es diferente dentro de la igualdad y es igual dentro de la diferencia porque se basa en la transparente e inocua adaptación al entorno, como estrategia de protección y como simbiótico instinto de supervivencia. Sólo los originarios lo conocen y pueden aprovecharse de ese impulso primario que les ha colocado en la posición actual. Al fin y al cabo la nada y el todo son imperdurables, el todo se acaba y se convierte en nada y de esta vacía situación se origina el todo.

Y así un hombre cualquiera inmortaliza el sabor áspero y oscuro del pan negro para cuando el paladar se vuelva exquisito y distinguido.

miércoles, 21 de marzo de 2012

Lo escéptico de lo añorado


Un hombre cualquiera se resguarda en el escepticismo frente a la mejora del presente y la incertidumbre del futuro.

Un hombre cualquiera cuenta con una cualidad innata de añorar e idealizar el tiempo pasado, apartando lo inmediato por frívolo y trivial. A través de dicha retrospectiva se ensalzan las victorias, se difuminan los fallos y al tiempo lo vivido se conforma como una historia tergiversada por la desmemoria consciente del individuo. En definitiva los errores se entierran a dos metros bajo tierra y los aciertos emergen a decenas de pies sobre las azoteas, nada se mantiene sobre la superficie tal y como aconteció.

La cuestión se complica ante el catastrofismo putrefacto y pestilente de un presente sin nada que encumbrar por las negras tormentas y, que dará paso a un interminable cementerio plagado de fosas comunes sin cerrar ni cicatrizar. Y, entonces, los tiempos pasados no podrán ser mejores porque su presente se consumió a sí mismo, devorando mañana los recuerdos del ayer por la inconsciencia del ahora.

Y así un hombre cualquiera se concentra en su presente para añorarlo en el futuro como un pasado amortizado.

lunes, 19 de marzo de 2012

Lo infeliz de la opulencia


Un hombre cualquiera banaliza la riqueza mientras comprueba su boleto de lotería en las hojas del periódico.
Al observar que su número no se encuentra entre los acertantes, un hombre cualquiera se resguarda de la derrota con las pequeñas cosas que perdería si hubiera sido agraciado con el premio. Obviamente se mudaría a un barrio más céntrico perdiendo esa vida colectiva que la periferia reporta a sus inquilinos, derrocharía en lo innecesario por las sacudidas de la opulencia y hasta las ideas se le pudrirían entre el óxido de las monedas.

Además, sufriría esa enfermedad, en muchos casos, crónica de los que han adquirido nuevas pretensiones económicas que les hacen perder el  equilibrio en la tierra firme para aventurarse en los vientos pasajeros de la moda y las brisas que hacen zigzaguear las velas del candelabro.

Aún así, un  hombre cualquiera y la soñadora en pijama guardan una pequeña gran lista de sueños palpables e invisibles que la lotería conseguiría, posibilitando esa felicidad capitalista que la propiedad le hace sentir al individuo. Un felicidad efímera,  pasajera y  fugaz que necesita de nuevas inversiones  casi instantáneamente al amortizarse la compra anterior.

Y así un hombre cualquiera fiscaliza los crímenes de la riqueza, mientras rebusca en su monedero el importe para una nueva tentativa a la suerte.

miércoles, 14 de marzo de 2012

Lo condicional de lo aleatorio



Un hombre cualquiera recoge un panfleto donde un chamán se anuncia para rituales y posesiones a la salida de un centro comercial. Le sorprende la inserción de creencias exóticas en una sociedad dividida entre el moderno laicisimo y el catolicismo autóctono. 

Sin embargo, estas aspiraciones divinas no le importan a un hombre cualquiera que le gusta jugarse consigo mismo su futuro inmediato con pequeñas apuestas o condicionales situaciones aleatorias por las que seguir por un camino, comprar algo o simplemente saber lo que le deparará el resto del día. Estas acciones son una especie de creencias ateístas azarosas que no crean dogma y tampoco llaman a la guerra santa, pero le suponen una sorprendente o desgraciada aventura diaria.

Obviamente, estos desafíos no cambian el devenir a corto, medio o largo plazo de nada, ni de nadie. Sin embargo, como en un videojuego sobre civilizaciones donde el jugador tiene el absoluto poder, un hombre cualquiera se siente por unos minutos un dios que puede manejar los hilos y determinar la existencia de un individuo, aunque sean sus hilos y el individuo sea él mismo. Esto supone un afán de superioridad divina que invade al hombre y que en el caso de un hombre cualquiera sacia con estas teológicas ocurrencias de su día a día. 

Y así un hombre cualquiera humaniza los grandes misterios y designios divinos...