sábado, 30 de junio de 2012

Lo soñado de los pijamas


Un hombre cualquiera aprovecha cada centímetro de sábana ante la ausencia vacacional de una soñadora en pijama, pero los sueños se vuelven pesadillas y las crónicas con legañas del desayuno pierden su esperpéntico asombro con la distancia.

Sin duda, el estilo de 27 veranos tostados por el sol, que acaba `morenando` hasta la más pálida y vampírica dentista con colmillos, se convierten en un cálido modus vivendi . Y, al abrigo del calor estival se fecunda la dulzura de los frutos que acabarán horneados, confitados o aderezados para que una soñadora en pijama los reparta a los que diseñan los recuerdos con sus sarcasmos, vacilaciones y sátiras. Igualmente, abdica de las pesadas coronas sin cabeza y evita los parajes repletos de corruptas gaviotas con el júbilo de quien utiliza la imaginación para vivir en la felicidad, a partir de un crónico alboroto de altruismo filantrópico. 

Sus poéticas  primaveras sonríen ante la tardanza de la vejez y lo celebran con un contoneado aloha hawaiano. Mientras, la alicatada orilla de la piscina sirve de marco para un gigantesco espejo, donde se refleja la ondulada felicidad de quien salpica alegría antes de zambullirte en su imaginativo mundo, plagado de surrealistas ensoñaciones y dulces recuerdos sobre el sepia de los negativos.  

Y así un hombre cualquiera se duerme entre las sábanas disfrutando del transporte narrativo que le arrastra a vivencias reales y filmadas al lado de una soñadora en pijama.

jueves, 28 de junio de 2012

Lo oscilante de los mercurios


Un hombre cualquiera presencia las exhibiciones áreas de las golondrinas que al caer la tarde luchan contra la invasión de los vampíricos mosquitos sedientos de sangre dulce para beber.

El termómetro asciende décima a décima hasta llegar a medirse en euros centígrados intoxicado por una espumosa prima de riesgo, cuyo perfil se asemeja a la etapa reina del Tour de Francia. El calorcito horneado por la primavera va tostando el suelo de la plaza y va caldeando un ambiente que rezuma a cascos recalentados por los mercurios impositivos y monetarios, que no han dejado de oscilar durante todo el invierno. Y llega la primera ola de calor, que sigue una musulmana estrategia de invasión de sur a norte, que emborracha de sol a una península agotada por el estrés de los índices bursátiles. 

Y el sudor sigue empapándonos, sin llegar a ahogarnos, pero persistente como una tortura china que no mata pero va robando, gota a gota, suspiros de vida. Así, los cambios económicos se retrasmiten a los sufridos contribuyentes por estridentes altavoces, que sólo emiten pesimistas noticias sobre el futuro intercalándose por el sonido de glotonas cajas registradoras que engullen sueños en forma de impuestos. Al final, los ensordecedores gritos son acallados tras el ocaso, quedándonos paralizados por un condensado sudor frío. 

Y así un hombre cualquiera se perfuma con spray anti-mosquitos para liberarse de los camicaces ataques de los que sólo quieren chuparte la sangre.

domingo, 24 de junio de 2012

Lo horneado de la memoria


Un hombre cualquiera se dirige a la panadería por sus horneadas y crujientes barras vienesas, mientras disfruta de la fresca y soleada mañana por unas calles que tienen el alma mojada por tanta lluvia que las ha empapado. 

La panadería lleva más de un siglo vendiendo el ateo y caliente pan nuestro de cada día a generaciones de vecinos del barrio. La estirpe de panaderos se han formado en los gustos de sus clientes y han endulzado sus penas y alimentado las alegrías. Las manchas de harina decoran el uniforme de camisa y pantalón del dependiente, siempre rodeado con un mandilón con el nombre del establecimiento. El lugar, a pesar de su agradable olor a pan recién hecho y al tranquilo hilo musical, es un ir y venir de comedores de curruscos y objetores diabéticos que acuden cada mañana a por sus crujientes cortezas con miga y sus azucaradas porciones prohibidas. 

El horno ha tostado lo que las manos han amasado durante años a pesar de que la lluvia destiñera las banderas, la sangre enrojeciera de vergüenza el olvido o que el blanco de las papeletas se manchara con el óxido corrupto de un sistema disfrazado de democracia. Sin embargo, la callada presencia de la panadería rememora otros tiempos al son del timbre de un teléfono móvil, que riega la calle de libertad y asusta al clero a la salida de misa de nueve, levantando el brazo para evitar que el sol les deslumbre; pero todos al calor de un mismo horno construido con el barro que sostuvo insensatos duelos a garrotazos.

Y así un hombre cualquiera recorta el extremo de su baguette dejando un reguero de migas sobre el cuarteado mantel de la acera que indican la felicidad del presente sobre las huellas de la memoria.  

viernes, 15 de junio de 2012

Lo liviano de lo libidinoso


Un hombre cualquiera recibe estrictas indicaciones de silencio y ocultación sobre asuntos reservados para la opinión pública a pesar de los agravantes y la publicidad hecha de los delitos.

Los secretos se encuentran heridos de muerte desde su más tierna gestación, sufriendo la letal estocada en el propio clímax del coito. El símil sexual se basa en la excitación que ambos casos producen por lo prohibido e íntimo que suponen, ya que ambos surgen del ámbito privado, muestran aspectos y elementos ocultos al público y acaban con sus protagonistas abatidos, sudorosos y, sobre todo, relajados por soltar lastre. Además, tras el agradable cosquilleo y la innata y virginal pérdida, su práctica se vuelve liviana y, en el mejor de los casos, cotidiana y libidinosa.

Además, la conjunción y la yuxtaposición atañen a todas las personas del plural y del singular, tanto el sexo puede ser secreto, como éstos pueden ser sexuales. Así, la íntima relación simbiótica puede fundirse en una creciente bola de nieve que nos asola al más puro estilo de Indiana Jones y el arca perdida. Si este es el caso, lo problemático de la divulgación del secreto y lo desvelado de la incesante práctica contraen importantes consecuencias por  la excitada cafeína y el sufrido insomnio, que acaban generando una extendida pandemia de orejas arrugadas e imperfectas miradas con ojeras a la mañana siguiente.

Y así un hombre cualquiera se confina en una ecléctica clausura ante los secretos a voces que se pasean por las calles y plazas siguiendo las indicaciones cartográficas de una frívola veleta.

miércoles, 13 de junio de 2012

Lo póstumo de las lágrimas


Un hombre cualquiera observa los moribundos restos de las barcazas varadas en la playa acompañado por el aciago doblar a muerte de las campanas.

La constante y metálica voz del campanario se extiende por calles y plazas con un rumor ensordecido por las ocultas y desinteresadas almas ante la llamada de la muerte. A pesar de que la siega acaba inexorablemente con las buenas y malas hierbas, la cortante y afilada guadaña deja un pesado y deshumanizado poso insensible con los alejados del virtuosismo y el afecto colectivo. Siendo la indiferencia la moneda de pago póstuma por la avarienta antipatía de una vida basada en la usura y el hermetismo.

La carencia de entristecidos latidos entorno al acallado corazón yaciente no se pueden suplir ni con toneladas de flores sobre la tumba,  ni con litros de tinta sobre el libro de condolencias y, mucho menos,  con quejumbrosas plañideras cuyas fingidas lágrimas tintinean como las monedas al chocar contra el suelo.  Así, la tristeza del funeral no reside en el pesar de los que acompañan al alma expirada, ya que cuando la soledad es la única compañera la ausencia de lágrimas impide a la fúnebre barcaza navegar tranquila y pacífica hasta la laguna estigia.

Y así un hombre cualquiera despide a las agónicas barcas encendidas en el fuego del ocaso, en un viaje que concluirá en el definitivo hundimiento de las llamas y de la vida con el último y enlutado tañido...

lunes, 11 de junio de 2012

ENTRADA ESPECIAL: El último viaje


Un hombre cualquiera espera en el andén con gabardina y maletín de cuero, ocultando su alma con unas  ahumadas gafas de sol.

Tras sentarse en el tren, la ciudad comienza a olvidarse de sus recuerdos y secretos escondidos en recónditos nidos y por sinuosas calles colapsadas de tráfico, donde el coche fúnebre de su amante viaja al mausoleo familiar.

Mientras, un hombre cualquiera se apea de su último tren  para dirigirse al acantilado donde releer sus románticas cartas, durante el ocaso, antes de lanzarse al vacío junto a las fugitivas cenizas de su amante.

(Texto presentado al VI concurso de relatos cortos de Renfe, con la colaboración del diseñador de consejos)

jueves, 7 de junio de 2012

Lo decolarado de las maldiciones


Un hombre cualquiera se pierde por una centenaria y polvorienta librería del centro especializada en obras de naturaleza infantil y en imaginarios mundos ficticios.

Un hombre cualquiera descubre el positivismo literario donde rebosan las historias con un final feliz, salvo para las perdices partidarias de conclusivos cuentos sin su presencia en el victorioso banquete de los protagonistas. Tras sus airados vuelos contra la empatía, los lomos de los libros se apelotonan a lo largo de las estanterías, disponiendo los títulos al derecho y al revés sin más orden que el caos. Apilados aleatoriamente se encuentran trolls, princesas, pitufos, gnomos, ogros, príncipes, destacando un delgado facsímil del que sobresalía un puntiagudo sombrero. 

Dentro del pequeño libro, una fábula narra las maléficas artimañas de una muchacha de falsa sonrisa, aspecto ignorante y alma de rubia, que escondía una clásica bruja de cuento. La dueña de la nariguda verruga, como acoplada invitada, asistía a una fiesta de etiqueta y boato de la traductora de maullidos. La anfitriona siempre se caracterizada por una rebosante condescendencia, campechanía y alegría, que encendía la ira y la envidia de la inquietante arpía; quién hechizó con una pegajosa maldición la cristalería de bohemia y de ilusión preparada para la fiesta. La resacosa limpieza post-festiva intentó corregir a fuerza de resistentes estropajos, lavavajillas con antídoto  y lametones felinos las pegajosas incisiones. Años después, finalmente, como no hay maldición que cien años dure 'ni cuerpo que lo resista', como apostilla el diseñador de consejos, la blasfemia comenzó a disolverse como la efervescente pastilla roja que decolora el líquido de un vaso que pasa a estar medio lleno al soltar lastre. 

Y así un hombre cualquiera abandona la librería, dejando zigzagueando el cartel colgado detrás de la puerta que reza 'colorín, colorado...'

domingo, 3 de junio de 2012

Lo oculto de las manzanas


Un hombre cualquiera busca en su armario el alter ego de gentleman, que se personifica a través de una corbata y un chaleco, para saborear deliciosas ideas al horno que endulzan las pinceladas de Magritte. 

La desaliñada cotidianidad que se viste en vaqueros y zapatillas cada día, remarca lo extraordinario de la elegancia y la distinción. Además, que el estilo y el refinamiento se agrandan y elevan fugaces y momentáneos como las burbujas del champán en las copas de bohemia y de ilusión. Y así los nudos de corbata sujetan pero no ahogan, cuando la lazada es festiva y alejada de los apretados negocios bancarios contra la supervivencia y la dignidad.

Al final, con la benemérita nos hemos topado, a paso de articulada de famosa, sin pausa pero sin prisa hacia un incierto objetivo alejado de la vendetta y libre de los impuestos con afán recaudatorio. Mientras, en el maletero, un hombre cualquiera esconde diarios secretos, escritos con la tinta de una estilográfica  pluma, y un fardo de camisetas de contrabando que recuerdan lo reído y lo cantado en los tiempos del estraperlo y de las imágenes en sepia. Todo ello, sintetiza la complejidad de un estático cubo de rubik en una ciudad sin playa y sin mar para que chapotee un feliz palmípedo de esmoquin y amarilla tez. 

Y así un hombre cualquiera enmarca los recuerdos de los amigos aderezados con decorativos complementos decimonónicos, al más puro estilo 'The Son of Man'.

Entrada aderezada con unas suculentas ideas al horno:
http://www.ideasalhorno.com/2012/07/soy-un-desastre.html