Un hombre cualquiera aprovecha
cada centímetro de sábana ante la ausencia vacacional de una soñadora en
pijama, pero los sueños se vuelven pesadillas y las crónicas con legañas del desayuno
pierden su esperpéntico asombro con la distancia.
Sin duda, el estilo de 27 veranos
tostados por el sol, que acaba `morenando` hasta la más pálida y vampírica
dentista con colmillos, se convierten en un cálido modus vivendi . Y, al abrigo
del calor estival se fecunda la dulzura de los frutos que acabarán horneados, confitados
o aderezados para que una soñadora en pijama los reparta a los que diseñan los
recuerdos con sus sarcasmos, vacilaciones y sátiras. Igualmente, abdica de las
pesadas coronas sin cabeza y evita los parajes repletos de corruptas gaviotas
con el júbilo de quien utiliza la imaginación para vivir en la felicidad, a partir
de un crónico alboroto de altruismo filantrópico.
Sus poéticas primaveras sonríen ante la tardanza de la
vejez y lo celebran con un contoneado aloha hawaiano. Mientras, la alicatada
orilla de la piscina sirve de marco para un gigantesco espejo, donde se refleja
la ondulada felicidad de quien salpica alegría antes de zambullirte en su
imaginativo mundo, plagado de surrealistas ensoñaciones y dulces recuerdos sobre
el sepia de los negativos.
Y así un hombre cualquiera se
duerme entre las sábanas disfrutando del transporte narrativo que le arrastra a
vivencias reales y filmadas al lado de una soñadora en pijama.