lunes, 29 de octubre de 2012

Lo perezoso del nadador



Un hombre cualquiera se comporta cívicamente en sus deberes sociales, siendo ecuánime ante las desigualdades y laico ante los envites autoritarios de los designios divinos.

Si un hombre cualquiera debiera confesarse devoto de algún pecado capital, sin duda, la pereza se erigiría en el principal error a redimir y absolver a través de sus plegarias. Porque sólo la pereza le arropa con el leve devaneo de una mecedora que, casi sin tocar el suelo, le exime de cualquier responsabilidad y obligación. Sus acolchados brazos le zambullen en las pesadas aguas de un mar muerto donde nadar se convierte en una suave deriva en la más inhóspita y vacía quimera.  

El oxímoron de la pétrea quietud ante la vida deviene en una muerte prematura, acompasada por un corazón sin ritmo, ni sangre que riegue la colorada tez que la alegría contagia sobre las mejillas. Así, todo se convierte en una eterna espera donde los sueños y las ilusiones acaban patinando entre los dedos, mientras las miradas ensimismadas sólo tienen ojos para las sirenas del horizonte que obvian lo cercano a una caricia de distancia.

Y así, un hombre cualquiera huye ante el último tren mientras las luces de la estación se van apagando para evitar convertirse en la más terrible, oscura y solitaria nada.

jueves, 25 de octubre de 2012

Lo inconfundible de los extraordinarios (2º caso práctico)



Un hombre cualquiera tiene la innata capacidad de toparse con seres extraordinarios y personajes inconfundibles entre las ilustradas cafeterías del centro y las vertiginosas terrazas del Machu Picchu. 

La más básica nimiedad o la mayor cumbre filosofal se pueden debatir desde su detallada visión miope, pero acertada de la realidad; coloreándose sobre un infinito abanico de grises. El caso más empático sobre la elevada repercusión de los detalles está representada por el tertuliano de las antípodas. Se podría definir como un enemigo público de la algarabía en grito, ya que gusta de los sitios donde el ruido es un rumor de compañía, como la diseñada decoración de muebles y alfombras, propiciando un templado silencio artificial que alimenta las conversaciones y devenga en la argumentación reflexiva, valga la redundancia. 

El tertuliano de las antípodas se nutre de las culturas que visita, asimilando tradiciones y costumbres, que traslada de lo exótico a lo cotidiano con detalladas enseñanzas para aplacar la vírica ceguera racista. Así, se convierte en un altruista ciudadano internacional que se preocupa, tanto de la micro como de la macro-realidad, sin distinción de que ocurra en el descansillo del portal o al otro lado de cualquier océano o cordillera. Y, todo ello, gestionado con la sibarita inteligencia de quien aprovecha las oportunidades de cada tiempo. 

Y así un hombre cualquiera aprovechó su potencial facultad para participar en las conversaciones que caracterizan a lo inconfundible de los extraordinarios.

Descubre más inconfundibles extraordinarios de la mano de un hombre cualquiera:
http://bloghombrecualquiera.blogspot.com.es/2012/09/lo-inconfundible-de-los-extraordinarios.html

lunes, 22 de octubre de 2012

Lo inmaterial de las herencias



Un hombre cualquiera se topa inesperadamente a la puerta de una notaria con un grupo de enlutados familiares sin lágrimas en los ojos y con los bolsillos a la espera de un efímero botín metálico . 

Las herencias son el traspaso del esfuerzo y la dedicación de los antepasados a los que viene detrás o miran hacia adelante, según se mire. Estos objetos heredados pueden ser valiosos y reportarnos ganancias inesperadas o pueden contener riquezas tan enormes que sólo las disfrutan quienes los poseen, por el simple hecho de que otros los hayan tenido antes. Pero más allá de los objetos, hay inmaterialidades de incalculable valor que nunca serán heredadas. 

El ser humano puede gozar o sufrir con sus sentimientos, dolores, sueños o pesadillas; pero aunque nos marque de por vida, todo ello será como objetos que nunca tuvimos. Porque nuestras experiencias no podrán ayudar a aquellos que no las han vivido, ya que las explicaciones nunca oprimen como los grilletes de los hechos sobre la carne. Se nos obliga a apropiarnos egoístamente de lo que la vida nos aporta inmaterialmente, ya que es el interés que debemos pagar por disfrutar de sus pingües beneficios.

Y así un hombre cualquiera observa la transformación de los sufridos plañideros del ayer en insaciables pirómanos de las chequeras ajenas.

miércoles, 17 de octubre de 2012

Lo dieciochesco de los sueños



Un hombre cualquiera duerme tranquilo al abrigo de un pijama lleno de sueños que le alientan día y noche.

Sin duda, una vida saludable y descansada reside en dormir a pierna suelta, siempre que no se produzcan dislocaciones irreparables. La base fundamental para dormir reside en un resistente colchón que se convierta en una fortaleza infranqueable para las pesadillas y los fantasmas que se esconden en el armario. El segundo punto más destacado es la ropa de cama, vaporosa y ancha para disimular los michelines de latex y las cartucheras con muelle. Y si las noches comienzan a ser toledanas, una manta te defiende del frío y hasta de una invasión extraterrestre (¿o nunca te has cubierto con ella al escuchar un ruido?).

Debes luchar contra los enemigos de las camas, que siempre vigilan desde la mesita con su aterrador paso del tiempo, atacando siempre en el ocaso de los sueños. Sin embargo, su ferocidad y terrorífica presencia nunca pueden asediar a las ficticias realidades soñadas, porque cubren las puertas a la imaginación con legañosas telarañas. Así, los sueños siempre serán inmortales, a pesar de que la infame realidad se convierta en un cotidiano campo de minas, cuando se comparten sobre la misma almohada.

Y así un hombre cualquiera ronca bajito con la alegría de despertar cada mañana junto a una soñadora en pijama.

domingo, 14 de octubre de 2012

Lo guarecido de lo visible



Un hombre cualquiera le gustaría ser lenguaraz, ingenioso, de rápida verborrea o un charlatán que no se calla ni debajo del agua...

Así, mis comentarios sólo abarcan la parte más mínima de la realidad, que se encuentra en un submundo de globalidad absoluta. Tocamos cada día la realidad, nos salpica con sus noticias, nos alimenta con un maná de prepago en el supermercado y nos atrapa ante una pantalla digitalmente conectada. La realidad se vuelve tangible en sus detalles y nos llega por una inmensidad de ventanas y puertos usb por los que conectarnos a ella. Sin embargo, sólo la tocamos en su más mínimo plano táctil y el resto se guarece visiblemente a un palmo de nuestras narices. 

El submundo de globalidad se nos presenta a partir de esos pequeños y nimios detalles que varados viajan hasta nosotros por casualidad o búsqueda aleatoria, emergiendo momentáneamente para que los apreciemos boquiabiertos y luego se hundan nuevamente. Así, los comentarios se pierden en la realidad configurándose en satélites artificiales que los perdemos de vista con la brusquedad de un porrazo antidisturbios.

Y así un hombre cualquiera se apunta a un cursillo de discursos acuáticos para conseguir una argumentada dialéctica tan clara como el agua de un arroyo.