Un hombre cualquiera, siguiendo con su afán de agradecer el
espíritu de estas fechas, quiere hacer varios agradecimientos a los anónimos
contribuyentes de las tradiciones del fin de año.
Antes de entrar en vereda, tengo que hacer una mención especial
a Herodes y al que le dio la idea de la mirra a Baltasar (ambos saben los
motivos). Ahora sí, empiezo; un agradecimiento gastronómico para el recolector
de uva que se zampó aquel racimo al son de las campanadas del mediodía,
fomentando el milagro bíblico: la fermentación de las uvas en meses.
Igualmente, al fabricante eléctrico que se le encendió la bombilla para decorar
por doquier calles y facturas eléctricas. Y, claro que sí, a los contables de
las partidas presupuestarias para los
spots navideños, que enternecen el corazón y soliviantan al bolsillo,
exceptuando el anuncio de la lotería de navidad de 2013, por razones obvias.
A los borrachos esquiadores que se dijeron el 'que no hay
huevos' por primera vez en Garmisch-Partenkirchen, o lo que es lo mismo en
castellano: allá en lo alto del trampolín. Y a la gran idea de ampliar el
cotillón con música en directo en Viena, así en plan after y con palmas (poco
recomendadas para ese día). A los doscientos 'feliz año' por metro cuadrado con
carácter políglota y allende los mares, the West and the rest. Y, obviamente,
gracias al uno de enero, día de la santa resaca, al que veneramos creyentes y
agnósticos, borrachos todos.
Y así un hombre cualquiera termina el año entre anécdotas y
sobre recuerdos recién estrenados con la original ofrenda de deseos y el manido
pero agradecido ¡Feliz 2014!