Un hombre cualquiera siente la atracción por el encendido mundo del infierno que conserva en eterno fuego sin transformar a los pirómanos de la vida.
La explosión de las palomitas en el microondas improvisan
una vespertina mascletá en la cocina y una repeinada peluca de ensaimadas descansa
en el horno. A la hora de la merienda, los niños guardan en sus mochilas manufacturadas
corbatas sobre un ambiente impregnado por el inconfundible olor a pólvora. Mientras, en un decorativo corredor de la muerte, la imaginación e inventiva de los artesanos enseña las vergüenzas y espantos cotidianos de
los mortales surgidas de las propias debilidades del diablo.
Y lo que surge del fuego se destruye con él. Las lagrimas de
la fallera apagan los rescoldos de la pirómana fiesta que, al mismo tiempo,
ahogan las satirizadas pesadillas de una realidad en miniatura de cartón
piedra. La fumata negra que se eleva a la celestial atmósfera se disipa para
acabar derrumbándose sobre el duro asfalto, a través de las acuáticas partículas
de la lluvia ácida; todo deviene en una precipitada gravedad tras la frívola ebullición
Y así un hombre cualquiera aprieta velozmente el fósforo
contra la lija hasta que las chispas alumbran la llama.
No hay comentarios:
Publicar un comentario