Un hombre cualquiera observa un otoñal ataque de gravedad
sobre la ajada y amarillenta hoja del mes de abril, que se desvanece antes de
chocar contra el suelo.
"La vida pasa como un huracán" escurriéndose a
borbotones entre las manecillas de los grilletes del tiempo. Por ello, no hay
que denunciar ¿quién me ha robado el mes de abril?, sino convertirse en ladrón
de calendarios para deshojarlos con nocturnidad y alevosía, huyendo de las
podadas del fracaso con el espíritu del elixir de la juventud.
A pesar de errar en las quinielas, debemos tentar la
felicidad con la suerte del fotógrafo, que retrata momentos únicos contra el
alzheimer, al accionar por enésima vez el disparador frente al mismo escenario.
Pero, sólo en ese enigmático instante la felicidad se muestra en todo su
esplendor, parando el tiempo y el tráfico con un suspiro profundo y quedo. Al
final, contra toda lógica fotográfica las mejores instantáneas son aquellas que
se pierden al velarse los carretes, porque se convierten en recuerdos
enaltecidos por el filtro del tiempo.
Y así un hombre
cualquiera se siente como un niño con zapatos cuando su ingrávida mirada
asciende hasta un mayo recién pintado y por estrenar