lunes, 30 de septiembre de 2013

Lo inevitable de los cambios


Un hombre cualquiera pierde al escondite con un perseverante calendario que anuncia lo inevitable, a pesar de la amnesia de los mercurios.

Se despertó con los incipientes rayos de la mañana, cuando la manecilla alcanzaba puntual la décima hora del día. La brisa hacía bailar al maíz sin música pero con ritmo, con el susurrante hilo musical que despereza la cotidianidad cada mañana. Pero, no era un día cualquiera, la vida se había consumido en la oscuridad de la noche, amarilleando el verde de las hojas, enfriando el júbilo estival y, sobre todo, anunciando lo inevitable de los cambios.
Un infinito pantone de amarillos, marrones y ocres comienzan a pintarrajear los paisajes a medida que los efímeros ciudadanos retoman la monótona normalidad. Sobre las colinas de enfrente las grises bombas de humo mediático emanan de las chimeneas de los palacios, emborronándolo todo para dejarlo al más puro estilo del Gatopardo. El mejor antídoto reside en las máscaras antigás que filtran el enraizado ambiente para desempolvar la cordura de la conciencia.

Y así un hombre cualquiera  le toca contar al escondite, mientras el verano se agazapa sobre las planeadoras hojas del otoño, que tuestan las postrimerías de octubre, ganando la partida hasta el próximo junio.