lunes, 27 de enero de 2014

Lo inconfundible de las extraordinarias (Capitulo II)


Un hombre cualquiera tiene la innata capacidad de toparse con humanas extraordinarias y mujeres inconfundibles entre el borde del pozo de Don Gil y las estanterías de la biblioteca de Alejandría.

El alma de los libros se alimenta con la imaginada visión que los lectores experimentan a través de lo leído. El caso más empático con esta afirmación se encuentra en la mecenas del Quijote, cuando sus huellas dactilares, en su fruncido pasar de páginas, se convierten en nuevos personajes para las historias que devora con su políglota y artístico síndrome de Stendhal, valga la redundancia.

La mecenas del Quijote lo mismo te recita en la lengua de Shakespeare, que te entona los placeres de fumar con el deje autóctono del Campo de Montiel. Además, es de conversación pausada y enriquecedora, al aroma de un tostado café o sobre la acolchada espuma de una caña bien "tirá". Sus parlamentos abarcan desde los 35 milímetros del séptimo arte hasta los melómanos cantos de sirenas de su mp3, incluyendo cualquier cuestión divina o humana, surrealista o metafísica, a ras del suelo o a millones de años luz sobre nuestros pensamientos.

Y así un hombre cualquiera aprovecha su potencial facultad para descubrir el contrabando literario que caracteriza a lo inconfundible de las extraordinarias.


¿Recuerda más extraodinarias inconfundibles?
Capitulo I: Lo inconfundible de las extraordinarias

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