lunes, 3 de febrero de 2014

Lo intocable de los corruptos



Un hombre cualquiera se enfunda el chubasquero y las botas ante el temporal que va a asolar los titulares de periódicos e informativos.

Ni la previsión meteorológica barrutaba semejante tormenta. Ciertamente, la voluptuosidad de los cirros y estratos muestran la onda expansiva de la explosión, obviando, por los kilómetros de seguridad, el eco ensordecedor del trinitrotolueno que se accionó a primera hora de la mañana. En mitad de la vía, sólo se escucha la vibración de las catenarias que anuncia el inminente paso del convoy para alejarse de un pasado a corazón abierto. El recorrido del tren descifra su plan de huída, haciendo volar el tiempo entre  las agitadas manecillas de los aerogeneradores. Las ventanillas se condensan por el frio de febrero, que cristaliza la sangre sobre la herida a la velocidad con que la locomotora  estira el espacio y el tiempo hasta olvidarse.  

Fotografía cedida por http://www.flickr.com/photos/saulgobio

Después de consolidarse en una casta de intocables durante más de treinta años, la corrupta vástiga renuncia a sus derechos dinásticos con un exilio preventivo, paradójicamente,  a una república fortificada en los Alpes. El miedo al frío metálico de los barrotes hiela el cálido ánimo de las victorias del balonmano;  coreando, uno a uno, los delitos frente al juicioso árbitro en el tiempo de descuento.

Y así un hombre cualquiera redacta un tricolor pensamiento cuando los cuatro jinetes de la apocalipsis acuden al juicio final.

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