lunes, 31 de marzo de 2014

Lo milenario de Drácula



Un hombre cualquiera acude a un ciclo cinematográfico sobre la enigmática figura de Drácula, ganando con su entrada el sorteo para un exótico viaje a Transilvania.

Tras comenzar los créditos de Nosferatu (la última película del ciclo), la sala comenzó a perder víctimas para el vampírico espectador de la última fila, que aprovecha un fundido a negro para irse entre las sombras. A los pocos instantes, el artificial amanecer de luces de la sala se topa con una colección de gafas de sol entre los supervivientes de las seis horas de maratón cinéfilo. Sobre el mostrador de la entrada, los pálidos espectadores degustan unos red velvet cupcakes, especialmente horneados para la ocasión.

En el último bus nocturno, los rezagados se encaminan a casa colmados de sangre y de ojeras, sin los colmillos largos por haber saciado su hambre de hemoglobina cinéfila. El vampírico espectador de la última fila se sienta junto a la víctima más débil del nocturno transporte público. Las emociones vividas y la alterada primavera provocaron que la víctima sufra una repentina hemorragia nasal, que hábilmente taponó con su mano izquierda con la sangre fría de un esquimal, mientras su vampírico compañero de asiento sufría un vahído por intolerancia sanguínea. Y a pesar de todo, la sangre no llegó al río...

Y así un hombre cualquiera retrasa su viaje al castillo de Bistriţa al descubrir el milenario hallazgo del santo grial entre los románicos muros de la colegiata de San Isidoro, buscando la eterna juventud.

martes, 18 de marzo de 2014

Lo miope de los reflejos



Un hombre cualquiera saborea un almuerzo de gin tonic, al aroma cítrico de la lima, en una precoz  terraza estival de marzo.

Dos mesas más allá, una pareja de mediana edad se volvía a reunir en la terraza de su primera cita, iluminados por un resplandeciente mediodía de domingo. El camarero les sirvió un verdejo en copa alta, midiendo la sutil equidistancia entre el colmado y el vacío. Así, medio llena o medio deshabitada, la realidad se reflejaba inversamente proporcional a la cantidad de reproches y malentendidos que planeaban sobre aquella enrocada partida de ajedrez, derivando a un callejón de tablas sin salida. La sincera cojera de la mesa hacía oscilar la balanza por el ligero peso de los argumentos, reflejando sobre el espejo del fermentado alma del vino un nimio porcentaje de ventaja a cada uno con cada embestida dialéctica.  

Fotografía cedida por http://www.flickr.com/photos/saulgobio


Al final todo se construye sobre una inmóvil realidad cambiante, parafraseando la máxima de Giuseppe di Lampedusa. A pesar de todo, las voces independientes se extienden por los cuatro costados frente al inmovilismo de las altas jerarquías, desde lo alto de los castell catalanes hasta el rumor de gaitas de los highlands escoceses pasando por el tenue oleaje de los gondoleros por el Gran Canal. El efecto óptico de las copas se torna en realidad frente a la cada vez más irreal, miope y embriagada visión de los inquilinos de los escaños, que transforman los contratos políticos en cheques en blanco al portador.
  
Y así un hombre cualquiera presencia el deshielo de las conversaciones del contigo y sin ti al calor de un precoz mayo en pleno idus de marzo.
 

lunes, 10 de marzo de 2014

Lo inconsciente de las casualidades



Un hombre cualquiera sufre de insomnio cada vez que su consciente pensamiento viaja a Las Vegas, la ciudad que nunca duerme.

A las siete de la mañana, harto de dar vueltas sin encontrar el sueño, que se agazapa entre las arrugas de las sábanas, se levanta de la cama y, tras vestirse, sale a deambular por el barrio. Las calles estan recién puestas y al ser martes laboral los trabajadores de los primeros turnos se encaminan, bostezo en marcha, a la monótona rutina de cambiar libertad por dinero. Su contemplativa y pausada marcha le hizo golpear, accidentalmente, con su pie izquierdo un pequeño anillo plateado. La curiosidad, que caracteriza a cualquier hombre aburrido por el insomnio, le hizo recoger el anillo y, como si de un acto reflejo se tratara, se anilló el dedo corazón, sin ningún efecto secundario ni viaje iniciático a la Tierra Media; obviando, eso sí, la leyenda interna del anillo compuesto por un conjunto incoherente de cifras. De repente, sin avisar, un bostezo le indujo al sueño y, tras guardarse el anillo en el bolsillo, volvió a casa.

La sonorizada pared del vecino le despertó con el radiado relato diario de los juegos paralímpicos de Sochi. El deportivo titular comenzó a conectar conceptos en su mente: deporte, medallas, aros olímpicos; lo que le recordó el descubrimiento del plateado tesoro que encontró por la mañana. Cuando alcanzó la chaqueta, el locutor comenzó a relatar la combinación ganadora del sorteo de los euromillones, que coincidía con la lectura inversa de la leyenda interna del anillo.

Y así un hombre cualquiera asume que la suerte y el sueño, no hay que buscarlos, sino esperarlos en un continuo y casual movimiento.