lunes, 31 de marzo de 2014

Lo milenario de Drácula



Un hombre cualquiera acude a un ciclo cinematográfico sobre la enigmática figura de Drácula, ganando con su entrada el sorteo para un exótico viaje a Transilvania.

Tras comenzar los créditos de Nosferatu (la última película del ciclo), la sala comenzó a perder víctimas para el vampírico espectador de la última fila, que aprovecha un fundido a negro para irse entre las sombras. A los pocos instantes, el artificial amanecer de luces de la sala se topa con una colección de gafas de sol entre los supervivientes de las seis horas de maratón cinéfilo. Sobre el mostrador de la entrada, los pálidos espectadores degustan unos red velvet cupcakes, especialmente horneados para la ocasión.

En el último bus nocturno, los rezagados se encaminan a casa colmados de sangre y de ojeras, sin los colmillos largos por haber saciado su hambre de hemoglobina cinéfila. El vampírico espectador de la última fila se sienta junto a la víctima más débil del nocturno transporte público. Las emociones vividas y la alterada primavera provocaron que la víctima sufra una repentina hemorragia nasal, que hábilmente taponó con su mano izquierda con la sangre fría de un esquimal, mientras su vampírico compañero de asiento sufría un vahído por intolerancia sanguínea. Y a pesar de todo, la sangre no llegó al río...

Y así un hombre cualquiera retrasa su viaje al castillo de Bistriţa al descubrir el milenario hallazgo del santo grial entre los románicos muros de la colegiata de San Isidoro, buscando la eterna juventud.

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