Un
hombre cualquiera revisa los libros de la EGB, descubriendo que el tintero de
la historia se agota al promulgar la Constitución de1978.
Tras
jugar a crear una democracia de las fosilizadas cenizas de un tiempo anacrónico
y caduco, la historia ha seguido aportando personajes y figuras para rellenar
los libros y los papeles. Al fin y al
cabo, los reyes abdican. Los príncipes se coronan. Y sus hijos estudian,
concienzudamente, lo cíclico de la historia para estimar la demanda de
guillotinas y tricolores en el mercado de estraperlo. En fin, Maquiavelo no es
una ciencia exacta y, en concreto, la historia de España es más surrealista que
una obra de Salvador Dalí. Y, todo ello, sin contar la expedición de retratos,
sellos y monedas que con cada cambio ha despachado la Fábrica Nacional de
Moneda y Timbre.
Por
su parte, el creciente laicismo alienta un recurrente ateísmo frente a los
divinos productos financieros de la Banca Vaticana y, tras las enseñanzas de
Robert Langdon, hay que desconfiar de las prácticas del camarlengo, más cuando
el anillo del pescador ha cambiado por tercera vez de Papa, en las últimas
décadas. En el mismo tiempo en un ámbito más mundano, la Moncloa ha contado con
un trajín considerable, tras seis mudanzas, financiadas por los fondos
reservados y los catálogos de Patrimonio Nacional. Sin embargo, todos ellos no
se han perpetuado con un contrato indefinido a la eternidad porque para saber y
ganar el elixir de la perpetua juventud, obviamente, hay que llamarse Jordi
Hurtado.
Y
así un hombre cualquiera reescribe la historia reciente, desde el color del
cristal con el que sobrevive a la realidad.