lunes, 23 de junio de 2014

Lo histórico del elixir



Un hombre cualquiera revisa los libros de la EGB, descubriendo que el tintero de la historia se agota al promulgar la Constitución de1978.

Tras jugar a crear una democracia de las fosilizadas cenizas de un tiempo anacrónico y caduco, la historia ha seguido aportando personajes y figuras para rellenar los libros y los papeles.  Al fin y al cabo, los reyes abdican. Los príncipes se coronan. Y sus hijos estudian, concienzudamente, lo cíclico de la historia para estimar la demanda de guillotinas y tricolores en el mercado de estraperlo. En fin, Maquiavelo no es una ciencia exacta y, en concreto, la historia de España es más surrealista que una obra de Salvador Dalí. Y, todo ello, sin contar la expedición de retratos, sellos y monedas que con cada cambio ha despachado la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre.

Por su parte, el creciente laicismo alienta un recurrente ateísmo frente a los divinos productos financieros de la Banca Vaticana y, tras las enseñanzas de Robert Langdon, hay que desconfiar de las prácticas del camarlengo, más cuando el anillo del pescador ha cambiado por tercera vez de Papa, en las últimas décadas. En el mismo tiempo en un ámbito más mundano, la Moncloa ha contado con un trajín considerable, tras seis mudanzas, financiadas por los fondos reservados y los catálogos de Patrimonio Nacional. Sin embargo, todos ellos no se han perpetuado con un contrato indefinido a la eternidad porque para saber y ganar el elixir de la perpetua juventud, obviamente, hay que llamarse Jordi Hurtado.

Y así un hombre cualquiera reescribe la historia reciente, desde el color del cristal con el que sobrevive a la realidad.

martes, 10 de junio de 2014

Lo veraniego de la cuarentena



Un hombre cualquiera descubre la colonización veraniega del armario con la estrategia de la tierra quemada para la hibernación de los invernales uniformes napoleónicos.  

El termómetro amplia sus fronteras al sobrepasar el 40 de mayo. La tierra prometida que atisba Moisés sólo se encuentra a once días de distancia a pie con el sudor de la frente. Siguiendo con las manidas metáforas bíblicas, las hogueras de San Juan darán las ascuas para San Lorenzo, cuyo astro homónimo ensalzará la figura de Prometeo, guardando el preciado fuego del pebetero estival. Mientras tanto como nunca llueva a gusto de todos, ¡váyase usted al infierno! grita un sudoroso y ateo esquimal exiliado en una península borracha de sol a la hora de la siesta.

Los veraniegos propósitos de sirena  se enredan en las efímeras vestimentas de las propuestas electorales, prometiendo el boato y la fortuna del monegasco verano de los Grimaldi o, capitalizando las perspectivas, emitiendo una feliz estampa playera y publicitaria del beba con moderación de Estrella Damm. Nada más lejos que A Coruña, al final, la realidad estival, a partir del 21 de junio, se coloreará con una extensa paleta de Pantone entre los molestos picotazos de los sanguinarios mosquitos y el placentero frescor de una "terracera" caña al atardecer.

Y así un hombre cualquiera busca un intercambio vacacional con un cosaco de la estepa siberiana para comer polvorones en pleno junio.

jueves, 5 de junio de 2014

Lo perdido de los objetos



Un hombre cualquiera sueña consigo mismo veinte años más viejo, siendo gerente de la oficina de objetos perdidos de la ciudad.

El sueño comienza con su reflejo sobre la plateada base de un jarrón de imitación chino. Sobre el clonado espejo de la dinastía Ming, las arrugas se convierten en líneas de fuga de la felicidad de la juventud gastada, que desaparecen sobre un cuidado bigote teñido por el paso del tiempo.

El gran espacio de la oficina es un necrópolis de objetos olvidados, como escondidos en un mapa del tesoro aún por encontrar por Indiana Jones. El silencio toma toda la estancia con la discreta sombra del vuelo de un ángel sobre el purgatorio de recuerdos, siendo cada objeto prisionero de un cielo que jamás consiguieron alcanzar. Sin embargo, la magia intrínseca de la propia oficina, alma de un antiguo bazar de la ruta de la seda,  convierte lo perdido en hallado con un inesperado milagro de San Antonio, pero sin dueño ni contrato de propiedad. La divina materialización se apila en estanterías, categorías y cajones; así, a un lado bajo un cartelón con una inmensa letra T, las tablas de surf hibernan una eternidad sin olas que aplanar y las tablas de planchar surcan las arrugas del tiempo sobre el calor del vapor de antaño.

Y así un hombre cualquiera decide buscar un argumento irrevocable para dejarse bigote, dentro de veinte años, para convencer de sus utilidades a una soñadora en pijama.