Un hombre cualquiera, aconsejado por el Coronel Tapioca, se
hace con la indumentaria del explorador
urbanita para incursiones extraordinarias de fin de semana.
El decimo octavo sol de julio ya se ha puesto, chamuscado de
abrasar una península borracha de sol y con unas febriles décimas de más en el termómetro
del coche. La tienda de campaña, modelo Moonrise Kingdom, se alza imponente con
la herencia arquitectónica y campera de toro sentado. La instantánea del momento
cuenta con el filtro del atardecer, que inmortaliza a la soñadora en pijama
detrás de la mosquitera leyendo las estrategias comunes de los impostores al
ritmo de Johny Cash.
El atardecer dio paso a la oscuridad con el fulgor
esporádico de algún deseo fugaz, perdido en la búsqueda del cielo de Bagdad. A
pesar del espectacular techo estrellado, los lujos de la tienda de campaña se
alejan del cuidado trato personal del Gran Hotel Budapest, sin los pasteles de
Mendl's o la fragrancia del L'air de Panache. Y con todo ello, la soñadora en
pijama es un lujo en sí misma porque la tristeza tiene un punto ciego sobre su
eterna felicidad contagiosa.
Y así un hombre cualquiera descubre lo necesario de la
libertad después de probar dieciocho maneras de alcanzar a una mariposa.
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