lunes, 21 de julio de 2014

Lo contagioso de la felicidad



Un hombre cualquiera, aconsejado por el Coronel Tapioca, se hace con la indumentaria del  explorador urbanita para incursiones extraordinarias de fin de semana.

El decimo octavo sol de julio ya se ha puesto, chamuscado de abrasar una península borracha de sol y con unas febriles décimas de más en el termómetro del coche. La tienda de campaña, modelo Moonrise Kingdom, se alza imponente con la herencia arquitectónica y campera de toro sentado. La instantánea del momento cuenta con el filtro del atardecer, que inmortaliza a la soñadora en pijama detrás de la mosquitera leyendo las estrategias comunes de los impostores al ritmo de Johny Cash.

El atardecer dio paso a la oscuridad con el fulgor esporádico de algún deseo fugaz, perdido en la búsqueda del cielo de Bagdad. A pesar del espectacular techo estrellado, los lujos de la tienda de campaña se alejan del cuidado trato personal del Gran Hotel Budapest, sin los pasteles de Mendl's o la fragrancia del L'air de Panache. Y con todo ello, la soñadora en pijama es un lujo en sí misma porque la tristeza tiene un punto ciego sobre su eterna felicidad contagiosa.

Y así un hombre cualquiera descubre lo necesario de la libertad después de probar dieciocho maneras de alcanzar a una mariposa.

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