Un hombre cualquiera imagina que, tras las brumas del smog
londinense, el alma de las historias inspiradas a las orillas del Támesis reaparecen
en las calles de la ciudad.
El tintineo de tazas y cucharillas disipan la niebla con el
cálido silbido de miles de teteras que imitan a las locomotoras de vapor de
Kings Cross, frenando para que los viajeros se apeen en la plataforma 9 ¾. A la misma hora, la
Galeria Christie's subasta la hoja policial de un depravado homicida que está especializado
en endocrinología victoriana. Sus
operaciones provocaron regueros de sangre que salpicaron las fachadas de toda
la ciudad. Combinando
a la perfección con la sanguinolenta mancha de frambuesa que un curioso niño investiga
con la amplificada visión de su lupa, mientras, elementalmente, merienda sentado
sobre el primer peldaño del 221B de Baker Street.
"LONDON", cedida por https://www.flickr.com/photos/athelass85/ |
A la puntual hora del té, una sonriente máscara conspira
contra el sistema impuesto por los parlamentarios del Big Ben, desde un
turístico kiosco aledaño. Justo frente a las puertas de la cámara británica,
dónde cada decisión lucha contra la crónica bipolaridad del doctor Jekyll y Mr.
Hyde, se ubica la inmobiliaria de los chupasangres sin escrúpulos que heredaron,
a golpe de talonario, las decimonónicas propiedades de un extravagante noble
centroeuropeo; quién en busca de la inmortalidad encontró la belleza del amor
eterno, aunque sin retratar su hedonismo en caducables lienzos al óleo. La
efervescencia de los mitos se extiende con la velocidad de la pólvora, dando la
vuelta al mundo en tan solo ochenta días, quemando los apostados ahorros de los
miembros del Reform Club.
Y así un hombre cualquiera observa la esencia de las
historias sobre el reflejo de los charcos que empapan de tinta los adoquines
londinenses con las huellas de sus personajes.
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