lunes, 15 de septiembre de 2014

Lo eterno del tiempo



Un hombre cualquiera se deshidrata en su habitual residencia de secano y, por ello, ha colgado, en el salón, un paisaje marítimo de Monet para alcanzar, visualmente, el mar.  

La inmensidad es eterna porque se convierte en un recuerdo imperecedero, como la instantánea de Roma desde la colina de Gianicolo; cuando lo inabarcable nos empequeñece, pero nos eleva ante un incontrolable síndrome de Sthendal .

Y la pared se construye con ladrillos de pavés, distorsionando los recuerdos a tiempos  y lugares pasados y recorridos, a partir del conjunto de postales y fotografías que ejercen de funambulistas sin vértigo ante la gravedad. El verde frescor de la Alameda o el blanco reflejo del Albaicín acaban adentrándose día a día en un salón cualquiera. ¡Qué jóvenes estábamos!, afirma con melancolía la maestra de enfants.  Aquellos maravillosos años, fotografiados en tecnicolor, acaban siendo supernovas que iluminan a pesar de haber desaparecido.

Y así un hombre cualquiera descubre que su casa tiene las mismas vistas al puerto de La Havre, que Jean Claude Monet disfruto en el 13 de noviembre de 1872, esperando el amanecer de la fílmica norteña.

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