Un hombre cualquiera adopta un bable nivel básico al comprobar
su boleto premiado del sorteo meteorológico del Huerna.
Unos desordenados aparejos de pesca apresan recuerdos en
tierra firme, sin caducidad ni riesgo de oxidación, sobre la salada superficie del
muelle. Entre las redes, los segundos más efímeros se escapan para que lo
natural del paraíso se acomode mejor en el fondo del subconsciente y, también, para
recubrir panzas y arterias a base de chorizo a la sidra y pantagruélicos
"cachopos" bendecidos por la Santina en modo disco - festivo. Por
este motivo, el gobierno del Principado financia los carburantes para que los
turistas y autóctonos equilibren su sobrepeso y el gasto en gasolina en su
viaje de vuelta allende de los Picos de Europa.
Mientras tanto, un arenoso polizón de playa se agazapa,
entre los "por si acaso" que dan volumen a los michelines de las
maletas, para sedimentar el resto del año junto a las bolas de navidad. Curiosamente,
los extremos se tocan. En una dimensión paralela llamada técnicamente 'el
altillo', los complementos veraniegos se aglutinan junto a los adornos
navideños y demás utensilios estacionales, todo ello, en un anárquico sin dios.
Así, en esa realidad paralela, los abetos navideños se decoran por rastrillos y
palas de arena, mientras que las bolas de navidad acaban siendo bóvedas sobre
castillos de arena con fosos de espumillón azul. ¡Cómo se sube la sidra cuando
te levantas del taburete del chigre! Al final, todo esto acabará siendo materia
de investigación para el National Geographic.
Y así un hombre cualquiera recupera su lengua materna, cuando
alcanza la desértica Meseta, aunque con un chivato acento al que le prestan las
nuevas anécdotas del álbum de recuerdos.
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