jueves, 13 de noviembre de 2014

Lo sopesado de la ilusión



Un hombre cualquiera observa , desde su balcón, al repartidor que aparca frente al edificio de enfrente y llama al telefonillo, mientras sopesa el contenido del paquete.

Casi involuntariamente la siesta que le conquistó en plena sobremesa entre álbumes de fotos y postales, no duró más de diez minutos. El timbre actuó de despertador improvisado. No esperaba visita y volvió a cerrar los ojos, como si no fuera con él, pero el timbre insistía. Al abrir la puerta un mensajero le hizo entrega de un paquete a su nombre sin remite ni réplica.

En el interior, un sobre firmado por su tío rezaba "siempre puedes volver", guardando, además, un billete de ida y un pingüe cheque a su nombre. El incesante manipular de la caja propició el descubrimiento de la mítica botella del brandy que su tío solía saborear a media tarde. Automáticamente se dirigió a la cocina para hacerse con una copa baja con dos hielos. Al verter el brandy los cubitos perdieron el equilibrio chocando en un póstumo brindis por la nueva aventura.

Y así un hombre cualquiera se pregunta si los repartidores, al sopesar los paquetes que reparten, miden la ilusión que encierran entre sus cuatro cartones.