lunes, 27 de enero de 2014

Lo inconfundible de las extraordinarias (Capitulo II)


Un hombre cualquiera tiene la innata capacidad de toparse con humanas extraordinarias y mujeres inconfundibles entre el borde del pozo de Don Gil y las estanterías de la biblioteca de Alejandría.

El alma de los libros se alimenta con la imaginada visión que los lectores experimentan a través de lo leído. El caso más empático con esta afirmación se encuentra en la mecenas del Quijote, cuando sus huellas dactilares, en su fruncido pasar de páginas, se convierten en nuevos personajes para las historias que devora con su políglota y artístico síndrome de Stendhal, valga la redundancia.

La mecenas del Quijote lo mismo te recita en la lengua de Shakespeare, que te entona los placeres de fumar con el deje autóctono del Campo de Montiel. Además, es de conversación pausada y enriquecedora, al aroma de un tostado café o sobre la acolchada espuma de una caña bien "tirá". Sus parlamentos abarcan desde los 35 milímetros del séptimo arte hasta los melómanos cantos de sirenas de su mp3, incluyendo cualquier cuestión divina o humana, surrealista o metafísica, a ras del suelo o a millones de años luz sobre nuestros pensamientos.

Y así un hombre cualquiera aprovecha su potencial facultad para descubrir el contrabando literario que caracteriza a lo inconfundible de las extraordinarias.


¿Recuerda más extraodinarias inconfundibles?
Capitulo I: Lo inconfundible de las extraordinarias

lunes, 20 de enero de 2014

Lo perseguido de las avionetas


Un hombre cualquiera nunca ha volado en avión porque no ha surgido la ocasión y, también, porque le gusta tener los pies en la Tierra u otros planetas. 


Exterior día, cielo despejado sin una sola nube. Más que avión, era una avioneta; bueno, más bien, era un mosquito metálico, por el ruido, en la inmensidad del cielo azul. La huelga de turbulencias propicia las piruetas y acrobacias del aeroplano, que recuerdan a una nadadora de sincronizada, pero en plan lavado en seco a varios metros sobre el nivel del mar. 

Fotografía cedida por  http://www.flickr.com/photos/evestylah

Y después de dibujar sobre el lienzo atmosférico llega el momento de volver a tierra firme. En mi mente, todos los aterrizajes rememoran, una y otra vez, la mítica persecución a Roger O. Thornhill hasta que el avión toma tierra y, obviamente, retoman su realidad tripulación y pasajeros. Y, mientras tanto, el constreñido de Cary Grant recupera el aliento y se toma un refrigerio en la cafetería hasta la próxima llegada; esperando que la niebla lo oculte todo y le permita escaquearse, para tomarse una copa a medianoche, en el Café de Rick.


Y así un hombre cualquiera busca vuelos de clase turista para experimentar síndromes y poder llevar chanclas con calcetines.

lunes, 13 de enero de 2014

Lo aventurado de las siestas



Un hombre cualquiera escucha un quejoso motor de coche, tras arrancar bajo una helada capa de escarcha, a primera hora de la mañana. 

Era un seiscientos rojo con algunas magulladuras, cicatrices de rodadas batallas en tablas,  que le aportan una entrañable personalidad a la vista de propios y extraños. Lógicamente, los automóviles tienen alma de aeroplano, porque viajan suspendidos en el aire sobre la segura red de sus neumáticos. El añejo rojo de su armazón le coloreaba con un pantone único, sólo alcanzable por el carmesí de sus pintados labios. El vintage estilo del auto se modernizaba por su tecnológica conductora, que establece la ruta con mejores vistas en su aplicación de viaje, mientras sube al mundo virtual su fotografiado reflejo en el retrovisor. 

"El mar 600", cedida por http://www.flickr.com/photos/athelass85/

Las maletas más ligeras se abrazan en el maletero al ritmo de un casete de grandes éxitos, rescatado para la ocasión del desván, y la baca acomoda a los baúles, hipnotizados con la técnica Hitchcock contra el miedo al vértigo. ¡Viajeros al tren!, piensa al hacer sonar la bocina; cuando, la vibración del motor contagia a las ruedas que a paso firme comienzan el viaje, propiciando sobre el tizón del asfalto una roja mecha a 100 kilómetros por hora.

Y así un hombre cualquiera imagina un viaje, sin meta  ni destino, en una máquina del tiempo inspirada por los futuristas diseños automovilísticos de Doc.