lunes, 28 de julio de 2014

Lo estrecho de las mirillas


Un hombre cualquiera encuentra un ajado billete del buque ferry entre Algeciras y Tánger en un viejo álbum, sin fotos, pero lleno de imágenes.

La distancia continental se dibuja a escala con el reflejo de un Atlas que empequeñece, lógicamente, los catorce kilómetros entre el norte y el sur. La mirilla de la Puerta de Europa vigila con recelo a las visitas que arriban en cayuco, frente a las que caen del cielo en jet privado sobre fiscalizados paraísos o las que aparecen de las profundidades marinas con un peligroso brillo nuclear. Y así, más allá de las disputas diplomáticas entre Buckingham Palace y Moncloa, los monos siguen viendo la vida pasar desde lo alto del Peñón de Gibraltar. 

 "Bahía de Algeciras", cedida por https://www.flickr.com/photos/saulgobio/

Al anochecer, el mar se mece, asimismo, por la lunática atracción entre el Mediterráneo y el Atlántico, a la luz de costado de los cargueros sin ruta, ni seda que tejer. Entre las tinieblas y a la deriva con norte, pero sin rumbo, unos navegantes de estraperlo, con el espíritu de Cristóbal Colón, buscan una tierra donde sobrevivir. Ajeno al trajín de la realidad, un naufragado acordeón, en mitad del estrecho, interpreta la banda sonora de Amelie para apaciguar los hechizados cantos de sirena, que un agonizante continente emite con los estrafalarios neones jubilados de Las Vegas. 


Y así un hombre cualquiera comprende que las distancias no se miden en kilómetros sino en la diferencia entre la carencia de los bolsillos y el precio de los billetes.
 

lunes, 21 de julio de 2014

Lo contagioso de la felicidad



Un hombre cualquiera, aconsejado por el Coronel Tapioca, se hace con la indumentaria del  explorador urbanita para incursiones extraordinarias de fin de semana.

El decimo octavo sol de julio ya se ha puesto, chamuscado de abrasar una península borracha de sol y con unas febriles décimas de más en el termómetro del coche. La tienda de campaña, modelo Moonrise Kingdom, se alza imponente con la herencia arquitectónica y campera de toro sentado. La instantánea del momento cuenta con el filtro del atardecer, que inmortaliza a la soñadora en pijama detrás de la mosquitera leyendo las estrategias comunes de los impostores al ritmo de Johny Cash.

El atardecer dio paso a la oscuridad con el fulgor esporádico de algún deseo fugaz, perdido en la búsqueda del cielo de Bagdad. A pesar del espectacular techo estrellado, los lujos de la tienda de campaña se alejan del cuidado trato personal del Gran Hotel Budapest, sin los pasteles de Mendl's o la fragrancia del L'air de Panache. Y con todo ello, la soñadora en pijama es un lujo en sí misma porque la tristeza tiene un punto ciego sobre su eterna felicidad contagiosa.

Y así un hombre cualquiera descubre lo necesario de la libertad después de probar dieciocho maneras de alcanzar a una mariposa.

lunes, 14 de julio de 2014

Lo salomónico de las guillotinas



Un hombre cualquiera observa desde el balcón el pañuelo rojo anudado al cuello de Fermín, el dueño del estanco La Estafeta.

Hoy es 14 de julio, pero Fermín ya ha descolgado el cartel de 'cerrado por vacaciones'. Desde hace más de 26 años cuenta con un acuerdo cortado a guillotina conjunto a su mujer, Margot; una pizpireta francesa de aferrado acento y con una sonrisa que ilumina los Campos Elíseos a pesar de la distancia. El salomónico contrato conyugal reza que Fermín y Margot honrarán a la patria chica del primero y a la patria grande de la segunda cada año alterno sin intromisión bisiesta, es decir, que un año agotarán hasta la resaca las fiestas pamplonicas y que otro año honrarán a la quinta república de Saint Charles De Gaulle.

Fermín se acicala el chaqué, que permanecía colgado en la trastienda, y equilibra la pajarita de cuadros, que se almidonó sobre la mesa camilla; mientras el inmaculado atuendo del corredor evapora  la resaca sobre el tendal del patio de luces. ¡Vive Le France! apura su discurso el embajador, cuando Margot comienza a afinar 'Les enfants de la patrie...". Margot entona el himno y Fermin, a un lado del escenario, escucha emocionado, quitándose el pañuelo bajo el chaqué y susurrando "pobre de mí, pobre de mí que se han acabado las fiestas de San Fermín"

Y así un hombre cualquiera imagina la carmesí plañidera pamplonica en el interior del consumido Moët & Chandon sin mar que surcar.

jueves, 10 de julio de 2014

Lo oblicuo de los obituarios



Un hombre cualquiera escucha un vespertino programa de la FM cuando la programación se ve alterada por una última hora, Di Stéfano ha sido fichado para la eternidad.

El obituario empieza y termina con la esférica vocal con forma de pelota de balompié, redondeando el circular ciclo de la vida. Al fin y al cabo, fútbol es fútbol y la muerte es un árbitro severo e imparcial que marca el final del partido sin victoria ni empate, aunque las crónicas siempre se escriben en negrita y cursiva con una oblicua versión de la obra y milagros del difunto en cuestión.

Las líneas del césped delimitan al titular del suplente, aunque también se juega el partido en la grada, en la banda y, sobre todo, en el banquillo. ¡GOL!, suena con el añejo soniquete en blanco y negro y con gafas de sol de Matías Prats. Y, al final, el resultado del once contra once se resume por el sucinto epitafio, sin posibilidad de contraataque,  sobre el campo de mármol.

Y así un hombre cualquiera oye un fuerte balonazo sobre la fachada de la embajada argentina, donde los alevines juegan a media tarde con el sueño de convertirse en la 'saeta rubia'

lunes, 7 de julio de 2014

Lo oxidado de los revólveres




Un hombre cualquiera alcanza el siete de julio del calendario al ritmo de 'peor fue aquel verano que no dejó de nevar'.

Una guerra civil se masca entre las trincheras de Ferraz, cuando de entre las ruinas podemos ver una nueva y lejana versión de Pablo Iglesias. La confrontación se ha ido fraguando en las últimas semanas para renovar el oxidado ideario que ha dejado en herencia los juegos químicos de Alfredo con los elementos de la tabla periódica. Sin duda, los gases nobles se han evaporado por un servilismo feudal, que sólo se difumina con tricolores tonalidades por intereses electorales.

El proceso de reconstrucción necesita tiempo para ganar credibilidad y confianza, pero el chupinazo ha abierto los corrales y sólo la intercesión de San Fermín podrá salvar a los corredores que intentan ganar una carrera de obstáculos con seis morlacos con unos afilados cuernos y ávidos de sangre; mientras desde los balcones y las azoteas las gaviotas esperan el momento exacto para hacerse con la carroña. Y, como un buen duelo de western, al mediodía cuando el sol alcance su máximo cenit, se enfrentarán para medir la pólvora de sus revólveres. 

Y así un hombre cualquiera toma conciencia de que el verano continúa su rumbo a pesar de las inclemencias meteorológicas.