jueves, 30 de octubre de 2014

Capítulo III: Lo inconfundible de las extraordinarias


Un hombre cualquiera tiene la innata capacidad de toparse con humanas extraordinarias y mujeres inconfundibles entre un atestado vagón de la red del Indian Railways y el estrellado cielo de Madrid, enganchado sobre el pirulí.


Siempre la imagino, con los ojos vendados, en la cuerda floja, a tres metros sobre el suelo y sin red, sobre la pista central del Gran Circo Mundial. El caso más empático con esta afirmación se encuentra en la forzuda equilibrista, capaz de aguantar sobre sus hombros tres elefantes en formación piramidal, mientras toca su flauta de Hamelín para ahuyentar a los roedores que arruinan la felicidad de las cosechas. Y así alcanzar el extremo de la cuerda sin ningún paso en falso, ni traspiés, porque mantiene su paso firme y, a pesar de la altura, los pies en la tierra.

Además, realiza unos delicados trabajos de ebanistería, ya que de tal palo tal astilla, rodando un maravilloso remake en versión original remasterizada. Diariamente, trabaja detrás de una pantalla de cine para verificar la luz de los sueños frente a los engaños de las sombras chinescas, que ilusionan pero no alimentan el alma. Todo ello, lo realiza con una antigua balanza donde sopesar milimétricamente el bien del mal, en un ateo purgatorio entre el cielo y el infierno.

Y así un hombre cualquiera aprovecha su potencial facultad para asimilar los conocimientos y enseñanzas que caracterizan a lo inconfundible de las extraordinarias.

¿Recuerda más extraordinarias inconfundibles?
Capitulo I: Lo inconfundible de las extraordinarias
Capitulo II: Lo inconfundible de las extraordinarias

lunes, 20 de octubre de 2014

Lo abanderado de los auriculares



Un hombre cualquiera acude a un congreso de fin de semana sobre vexilología para escabullirse de una tediosa reunión familiar.

Un hombre cualquiera observa curioso a un solitario asistente, sentado en la penúltima fila del patio de butacas. Vagamente, el asistente observado lee el dossier congresual, que le describe los puntos principales de la jornada, mientras el ponente comienza la primera conferencia; "La historia de la bandera del Bierzo".

El asistente recoge, de manos de la azafata, los auriculares para la cuarta conferencia del día. Absorto del contenido del congreso, el asistente está más concentrado en otra cuestión. Su rostro define su pensamiento, "parece que ella tiene la voz todavía más dulce que la última vez, incluso diría más, es tan tierna que se desmenuza con cada sílaba". Mejor dicho, visto desde fuera, es él quién se desmigaja en la butaca al sentir vibrar aquellas palabras suavemente en sus tímpanos. El ritmo cardiaco se acompasa entre los acentos y silencios de ella. Más que por el contenido del discurso, su atención se centra en la articulada y limpia alocución, ajeno al tiempo de descuento que marca el cronómetro. Al final, la ponente se despide entre aplausos. Mientras, la azafata, inconscientemente, le aleja de aquella voz, sin rostro ni aroma, al recoger los auriculares de la traducción simultánea.

Y así un hombre cualquiera alcanza la primera línea de las trincheras en la batalla familiar para hacer ondear la bandera blanca de la paz.

lunes, 13 de octubre de 2014

Lo calmado de los paquidermos





Un hombre cualquiera aprovecha una soleada tarde de octubre para pasear por el Parque del Buen Retiro, aislándose del enjambre de urbano.



El lugar parece un cementerio de elefantes. "The autumn is here". Los árboles, despojados de hojas y, sobre todo, del imperante verde de los meses previos, dibujan huesudas figuras en un pálido ocre con esencia de marfil. Un banco sirve de descanso en pleno paseo para leer algunos párrafos de "Cien años de Soledad", pero la concentración se dispersa en una cabezada a media tarde. En las profundidades de la siesta improvisada, un ruido de pisadas de los veteranos del club de atletismo, que en la ensoñación son la manada de Jumanji, le devuelven a la consciencia.



La generación de letras de García Márquez son intercambiadas por una bolsa de cacahuetes, que sirven de avituallamiento en el retomado paseo. Sin brújula ni destino, los pasos decididos acaban descubriendo la tumba de Pizarro, un elefante enterrado en pleno parque central, según cuenta la leyenda. Los últimos rayos luchan en su eterna batalla contra la noche, cuando los operarios del parque hacen sonar la sirena de cierre. Será la autosugestión, pero la sirena suena a los barridos de un elefante en la lejanía.



Y así un hombre cualquiera imagina conducir un paquidermo para aminorar el estrés de una ciudad que ha olvidado la calma.

lunes, 6 de octubre de 2014

Lo candado de los puentes




Un hombre cualquiera lee curioso la ordenanza municipal sobre la eliminación de la tradición parisina de candar el amor y tirar la llave al Sena.

Según me contó un conocido de un primo de la vecina de un cerrajero del barrio de la Sorbonne, el citado cerrajero, Valentín, fue llamado hace unos días al número 1 de Place de l'Hotel de Ville, porque Anne Hidalgo se había quedado encerrada en su despacho. El hombre, aunque estaba en el servicio de urgencias de la cerrajería, se encontraba disfrazado del guarda rural del Municipio libre de Montmartre por la celebración de la Fiesta de la Vendimia. Ante la urgencia se dirigió disfrazado a rescatar a la alcaldesa. En menos de 40 minutos realizó su trabajo y pudo volver a tiempo para el desfile.

Tras la peculiar escena, un asesor municipal, que se encontraba durante el rescate, encontró una posible solución para el problema de los candados, sin levantar sospechas; contratar a un cerrajero, ataviado con un turístico disfraz con calcetines y chanclas, que desmonte, día a día, al Ponts des Arts de tanto amor. El plan era perfecto, una brigada de simulados turistas con la maña de MacGiver quitaría todos los cerrojos, uno a uno, promoviendo una dieta estricta ante los 18.000 kilogramos de candados. Sin embargo, al trasladar la propuesta al cerrajero, este preguntó ¿y si al quitar los cerrojos promuevo una epidemia de divorcios y rupturas en la ciudad? ¿Y si un maleficio recae sobre mi? Ante dichas dudas, el ayuntamiento decidió, unilateralmente, rescindir el posible contrato y guardar las barandillas con los candados en los almacenes municipales, disponiendo unos paneles transparentes en su lugar. Mientras tanto, el Sena siguió atesorando las llaves en un fondo metalizado a plazo fijo y sin intereses.

Y así un hombre cualquiera, ante la ordenanza municipal parisina, compra un candado para remembrar a Relja y Nada sobre el puente de Vrnjacka Banja