Un hombre cualquiera aterriza sobre la barra del bar del
barrio, tras acabar su jornada laboral al oír el silbato de la cantera del
Señor Rajuela.
La barra sirve de asiento para su portafolios, que contiene
la solicitud del Ministerio de Interior para cursar la petición del pasaporte.
También, incluye una ristra de fotos de frente y sin perfil del fotomatón de la
estación. La cita para los trámites está echada para convertirse en el primer
turista en pisar el estado de Escocia. En casa le espera la maleta con sitio
para el whisky de importación y varias memorias fotográficas para retratar a
Nessy.
De pronto, un avance informativo de última hora retiene su
atención en el televisor. El presentador anuncia que en el referéndum escocés
ha ganado el no a la independencia y, por tanto, Escocia seguirá siendo
territorio de Reino Unido. Al final del bar, una desconsolada carcajada llama
la atención de un hombre cualquiera. Un parroquiano relleno de aguardiente
grita ¡Yo pude ser Rey de Escocia!. El hombre, a pesar de su embriaguez, atisbó la mirada de incredulidad. A voz en
grito explicó que fue pretendiente de Cayetana de Alba y que de haber
conseguido la independencia, ella era la heredera del trono escocés. En
consecuencia, él habría sido un consorte con acento de Moratalaz y kilt.
Y así un hombre cualquiera observa cómo se desmoronan los
castillos de naipes en el aire de reinos muy muy lejanos.
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