lunes, 30 de marzo de 2015

Lo improvisado de las misiones




Un hombre cualquiera presencia una escena de acción sin butaca ni palomitas en una enfocada monotonía asfaltada y urbanita. 

Lanzada a la carrera, como un cádillac sin frenos, una furgoneta  de reparto salió como un exhalación de su imaginario aparcamiento en doble fila. El recorte torero de un despistado viandante, sorprendió hasta al anárquico conductor que se saltó el semáforo en rojo. La escena continuó, como  en una película de Chaplin, con el apresurado dueño de la furgoneta vociferando en plena calle. La lejanía y el ruido de la mañana silenció al hombre en cuyos labios se leyeron varios improperios a los usurpadores del bien ajeno. Al ser horario infantil, un cartelón blanco sobre negro suavizó la situación con un sútil ¡Al ladrón, al ladrón!. La vintage escena sepia se coloreó en technicolor con el siguiente plano de un teléfono móvil de última generación en comunicación con la comisaría de policía. El dueño de la furgoneta, más preocupado por las consecuencias que por el botín, alertó de la necesidad de encontrar el vehículo por la peligrosa mercancía que contenía. 

Las autoridades radiaron un mensaje de alerta para que los ladrones no manipularan la mercancía y que evitaran el uso de todo producto inflamable dentro del vehículo. Los ladrones ajenos a los mensajes de las hondas herzianas, se habían enfundado los chalecos reflectantes, caminando por el arcén en busca de una gasolinera; ya que la sedienta aguja del depósito sufrió un vahído. A las 14:00 horas del 19 de marzo, un colosal estruendo hizo vibrar al conquense Tébar. La furgoneta robada estalló en el kilómetro 193 de la Autovía del Este. El San Cristóbal del salpicadero mutó en San Lorenzo, cambiando el olor a barbacoa por la pólvora quemada de una improvisada mascletá. Los ladrones acabaron por los suelos a la altura del kilómetro 193,500 por la fuerza de la onda expansiva. Una chispa de un cigarro había prendido una perezosa mecha, al recoger los chalecos de la parte trasera del vehículo.

Y así un hombre cualquiera acaba siendo extra, sin él saberlo, de un remake de Misión Imposible III con un explosivo final en la noche de San José.

lunes, 9 de marzo de 2015

Lo triscadecafóbico del trece



Un hombre cualquiera sufre, sin aviso ni comunicación, un repentino ataque de triscadecafobia el décimo tercer día del mes.

La superstición es una yinkana para sobrevivir a una amenaza constante e irreal, como la estrategia militar de Andorra en su hegemonía mundial.  Ciertamente, la irracionalidad utiliza el espíritu de un espía andorrano al caminar por la acera, a lo Jack Nicholson en Mejor imposible, evitando pisar las rayas del pavimento. Todo ello, mientras esquiva la escalera del operario de Telefónica, ahora Movistar, y al gato negro de la bruja de Salem del bajo B. Sin duda, lo mejor es ver el lado gracioso de la triscadecafobia, que nadie lo mostraba mejor que Josema y Millán al aroma de una empanadilla de Móstoles. 

Por su parte, Ángel Nieto, un triscadecafóbico de libro, se inventó el doce más uno para ahuyentar la mala suerte al ritmo del Yellow Submarine, cuyo disco salió a la venta un 13 de enero de 1969. Al alzar cada título sobre el rostro del campeón se dibujaba una sonrisa, que sólo necesita trece músculos para mostrar una reluciente sonrisa de Profident. Y, al final, todo acaba con la celebración de un brindis para dejar el vaso medio lleno, cuyo día internacional, por cierto, se celebra cada 13 de septiembre. 

Y así un hombre cualquiera toma un azucarada píldora para desvanecer su ataque irracional, total, no hay mejor medicamento que el efecto de un placebo.

martes, 3 de marzo de 2015

Lo celebrado del cuarto


Un hombre cualquiera cuadruplica la tasa de pensamientos por litro de  bocadillo  con las ideas surgidas de las experiencias ficticias y las historias reales.
Y así un hombre cualquiera se muda a un piso sin ascensor con la mochila a cuestas, llena con los personajes y anécdotas que están por escribir en su cuarto año del curso amateur de escritura rápida.