Un hombre
cualquiera escucha absorto la sintonía de 'Se ha escrito un crimen' en el tono
de móvil del cartero, mientras éste llama, insistentemente, por segunda
vez al telefonillo.
El incómodo
cadáver del mediador familiar ocupaba media alfombra del salón. El estratégico
aparador de roble macizo le había deformado la cara, después de recibir el
certero golpe a la altura de la quinta vértebra. Sentado sobre la butaca, el
padre se preguntaba cómo deshacerse del cuerpo, mientras la pata congelada de
cabrito se asaba, lentamente, hasta ablandar la prueba principal del homicidio.
Las instrucciones del libro de recetas eran minuciosas, hasta alcanzar el
sublime grado de cocción del estilo de Dahl.
"BRUJAS", cedido por https://www.flickr.com/photos/saulgobio/15560687931/ |
La
parsimonia y la ceguera de la justicia le propiciarían vivir sin miramientos, a
pesar de que las canas salpicaran la memoria y el olvido. A pesar del tiempo,
el roble seguiría señalándole acusadoramente desde la palestra del parque, al
otro lado del cómplice silencio del asfalto. El cargo de conciencia inculpa sin
necesidad de maza ni toga. El timbre del horno le devolvió de su ensimismada
mirada sobre la carta del juzgado, que cancelaba la vista por falta de pruebas.
Y así un
hombre cualquiera espera que Jessica Fletcher aparezca para resolver el
presunto asesinato acaecido con nocturnidad y alevosía.
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