viernes, 28 de agosto de 2015

Lo certero de las palabras



Un hombre cualquiera rueda, en la hora de la siesta, un improvisado western al estilo del tándem de John Ford y John Wayne.


El ataque había sido cuidadosamente estudiado. Cuando el sol alcanzara su máxima altura se lanzarían sobre la llanura para tomar el convoy. La oreja sobre el suelo le servía para sentir el rumor del traqueteo. Los caballos estaban preparados ante la pendiente y los arcos esperaban tensados. La voz dio el grito de alarma. El polvo provocado por el galope y el infernal ruido del tren dieron lugar a la anarquía. David no escuchó los pasos de su madre con la merienda. Los indios y vaqueros firmaron un involuntario armisticio, plastificando sus diferencias.


Las batallas sobre la alfombra del salón se producían a media tarde. Los muñecos de plástico rojo, verde y amarillo tomaban vida de la mano de un niño que no alcanzaba a la encimera de la cocina. Entre sus manos la tribu de Toro Sentado y el Séptimo de Caballería representan un western en el lejano oeste del salón. Sin duda, un juego de niños sobre un conflicto colonial e interracial, que ni comprendía, ni entendía. Mientras los juguetes descansaban en la caja de galletas danesas sobre la repisa, el Telediario se sentaba a la mesa a la hora de la cena. Sacheen Littlefeather, la activista de Indians of All Tribes, subía al escenario para renunciar, en nombre de Marlon Brando, al Oscar al mejor actor por El Padrino.

Y así un hombre cualquiera comprendió lo certero de las palabras frente a lo errado de las balas y las flechas.

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