Un hombre cualquiera rueda, en la hora de la siesta, un
improvisado western al estilo del tándem de John Ford y John Wayne.
El ataque había sido cuidadosamente estudiado. Cuando el sol
alcanzara su máxima altura se lanzarían sobre la llanura para tomar el convoy.
La oreja sobre el suelo le servía para sentir el rumor del traqueteo. Los
caballos estaban preparados ante la pendiente y los arcos esperaban tensados.
La voz dio el grito de alarma. El polvo provocado por el galope y el infernal
ruido del tren dieron lugar a la anarquía. David no escuchó los pasos de su
madre con la merienda. Los indios y vaqueros firmaron un involuntario
armisticio, plastificando sus diferencias.
Las batallas sobre la alfombra del salón se producían a
media tarde. Los muñecos de plástico rojo, verde y amarillo tomaban vida de la
mano de un niño que no alcanzaba a la encimera de la cocina. Entre sus manos la
tribu de Toro Sentado y el Séptimo de Caballería representan un western en el
lejano oeste del salón. Sin duda, un juego de niños sobre un conflicto colonial
e interracial, que ni comprendía, ni entendía. Mientras los juguetes
descansaban en la caja de galletas danesas sobre la repisa, el Telediario se
sentaba a la mesa a la hora de la cena. Sacheen Littlefeather, la activista de
Indians of All Tribes, subía al escenario para renunciar, en nombre de Marlon
Brando, al Oscar al mejor actor por El Padrino.
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