lunes, 3 de agosto de 2015

Lo plastificado de los asaltos



Un hombre cualquiera sueña, recurrentemente, que viaja, sin uvas de la ira en el petate, en carruaje buscando un fuerte abandonado por el séptimo de caballería a la sombra de un álamo.

El traqueteo del carruaje sirve de banda sonora original. El viaje se extiende por un vasto territorio sin fronteras, que se derrite por las inaguantables décimas que alcanzan el punto de fiebre del oro. El asfixiante calor propone un alto en el camino ante el valle. Una mirada al paisaje muestra una cinematográfica escena con un grupo de indios sobre la colina vecina y delante de ellos una inusitada calma. De repente, una música extradiegética comienza a sonar, los acordes de 'For a few dollars more' dieron inicio a la acción, sin claqueta ni John Wayne.

Cuando el sol alcanzó su máximo cenit, el grupo se lanza sobre la llanura para tomar el convoy. Todo estaba preparado; los caballos listos para la carrera ante la pendiente y los arcos tensados con el carcaj cargado de flechas. Un lejano rumor da la voz de alarma. El polvo provocado por el galope de los asaltantes y el infernal ruido del tren dieron lugar a la anarquía. El fragor de la batalla, de repente, se plastificó sin vida ni virulencia. La madre de David paralizó la contienda hasta después de la merienda. Un acuerdo de paz unilateral, pero con mayor poder que cualquier Tratado de Versalles

Y así un hombre cualquiera encuentra varado, en una escondida cueva,  un Delorean para regresar al futuro sin juegos de niños a media tarde.

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