lunes, 28 de septiembre de 2015

Lo pacífico de los samuráis


Un hombre cualquiera encuentra una réplica de los aviones que invadieron Pearl Harbor en un patriótico restaurante japonés.

A la espera del primer plato, su mirada embelesada recrea con la maqueta el bombardeo sobre la base americana en el Pacífico. Le parece curioso que los ataques perpetrados contra los dominios del Tío Sam suelan producirse, curiosamente, a varios pies del suelo. Desde el encaramado King Kong hasta el once de septiembre. El punto débil americano es gaseoso e intangible, como la democracia.

Recién aterrizado el pollo teriyaki sobre el mantel, el canal NHK emite unas curiosas imágenes. No por repetitivas son menos sorprendentes. Los trajeados diputados japoneses intercambiando opiniones a hostia limpia. Llegar a las manos no es sólo cuestión de flexibilidad, parece insinuar el Matias Prats nipón, al terminar la pieza.  La batalla se divide entre los defensores del ¡No a la guerra! y el gobierno partidario de abolir el artículo 9 de la constitución, que prohíbe al ejército nipón entrar en guerra.  Salvo cuando la intervención cuente con el beneplácito americano, claro. No hay mejor forma de controlar a tu enemigo que recortarle las alas al antojo de tu jaula.

Y así un hombre cualquiera saborea el daifuku del postre antes de conseguir el descanso del samurai.

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