martes, 27 de enero de 2015

Lo avisado de los navegantes

Un hombre cualquiera compra el periódico dominical, al que acompaña un platónico y filosófico tomo escrito desde la misma caverna.

Ni el oráculo, ni el Olimpo supieron leer el interior de unas urnas emborronadas de intereses bancarios y riesgos primados. Las ruinas de Grecia son el escenario de un naufragio, donde los últimos supervivientes navegan contra el temporal en un barquito de papel, bajo el nombre de Syriza, para intentar devolver las aguas a su cauce.  

Un Mediterráneo, salpicado de los restos flotantes de las últimas batallas, sirve de purgatorio para oligarcas varados y eurodiputados con el agua al cuello. La papiroflexia sobre las acartonadas hojas de los diarios, con sus aristas y sus pliegues, construyen la nave contra el temporal. Por su parte, la tinta del periódico deja la celulosa de un blanco esperanzador, mientras  tiñe el tridente de Poseidón con titulares imposibles, "Los locos se han sublevado y han tomado el manicomio". En fin, la cordura es una brújula que no siempre apunta al norte.


Y así un hombre cualquiera escucha el ruido de platos rompiéndose para ahuyentar los malos augurios que se esconden en las sombras de la caverna.

lunes, 19 de enero de 2015

Lo invisible de las nevadas

Un hombre cualquiera mira el parte meteorológico con bufanda y apoyado sobre el primer tomo de Juego de Tronos, ¡Winter is coming!.

El cielo estaba al punto de nieve. El asfalto al punto de sal. Las instrucciones de la receta estaban preparadas para la primera gran nevada de la temporada. El invierno había pasado de previsión a congelada sensación sobre las mejillas. Hacía casi un mes del solsticio y, aunque las chimeneas vertían su vómito de humo, la estampa está más promovida por el calendario que por la gélida sensación en las colmenas de ladrillo y hormigón, sin reina pero con zánganos.

La aguja resquebraja con cada vuelta del segundero, aún más, el arrugado rostro del tiempo. La gran nevada comenzó. Unas virutas de polvo blanco caían inconscientes y vagas, sin más propulsión que la fuerza de la gravedad. La improvisada precipitación terminó tan rápido como se inicio. Al final, los hipertensos acabaron con miedo de saborear la calle y los diabéticos sin insulina a mano para mirar al cielo.


Y así un hombre cualquiera se pregunta si terminará el invierno al terminar de leer todas las aristas del trono. 

lunes, 12 de enero de 2015

Lo huérfano de los consortes

Un hombre cualquiera aterriza sobre la barra del bar del barrio, tras acabar su jornada laboral al oír el silbato de la cantera del Señor Rajuela.

La barra sirve de asiento para su portafolios, que contiene la solicitud del Ministerio de Interior para cursar la petición del pasaporte. También, incluye una ristra de fotos de frente y sin perfil del fotomatón de la estación. La cita para los trámites está echada para convertirse en el primer turista en pisar el estado de Escocia. En casa le espera la maleta con sitio para el whisky de importación y varias memorias fotográficas para retratar a Nessy.  

De pronto, un avance informativo de última hora retiene su atención en el televisor. El presentador anuncia que en el referéndum escocés ha ganado el no a la independencia y, por tanto, Escocia seguirá siendo territorio de Reino Unido. Al final del bar, una desconsolada carcajada llama la atención de un hombre cualquiera. Un parroquiano relleno de aguardiente grita ¡Yo pude ser Rey de Escocia!. El hombre, a pesar de su embriaguez,  atisbó la mirada de incredulidad. A voz en grito explicó que fue pretendiente de Cayetana de Alba y que de haber conseguido la independencia, ella era la heredera del trono escocés. En consecuencia, él habría sido un consorte con acento de Moratalaz y kilt.


Y así un hombre cualquiera observa cómo se desmoronan los castillos de naipes en el aire de reinos muy muy lejanos.