Un hombre cualquiera se para por un consciente ataque de insomnio en mitad
de la asesina rutina, frente a la ría, cuando casi todos duermen.
Allí esta ella ajena a lo que le incómoda. La insensata Europa duerme
tranquila una fría noche de invierno. El gas de Oriente Medio le calienta la
estancia; las sábanas made in Vietnam le arropan su hipocresía; los plumones de
una migratoria ave africana le hacen descansar una cabeza llena de pájaros; y las
letras de un drama político latinoamericano dormitan sobre la mesita de noche.
Pero la teñida rubia a lo Marilyn Monroe, ajena a las aparentemente lejanas
realidades, sufre, como castigo, de incendiarias pesadillas que le queman la
conciencia y el bienestar.
La oscuridad de Niemeyer, un hombre cualquiera |
Las llamas de las hogueras de los exiliados sirios iluminan la desolación,
al otro lado del frío metal de las fronteras. Los fusiles de los guardianes
tiemblan ante las avalanchas y se cargan con el miedo a perder lo robado. Y
mientras ella duerme, consiente el fragor de las batallas que siguen alimentando
los bolsillos sin razón ni corazón.
Y así un hombre cualquiera se acerca a la orilla del mar para soñar
despierto con una forma de desanudar la compleja realidad.
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