lunes, 11 de abril de 2016

Lo apropiado de lo común




Un hombre cualquiera, a su pesar, pone en duda la posibilidad de un gobierno nuevo, de cambio y progresista.

La cuadratura del triángulo se escurre entre la verticalidad de la hipotenusa y la estrechez de los catetos. La cuenta atrás se acelera y la premura despista la puntería. Donde dije digo, digo Diego. Las promesas e improperios gestadas en la lejana campaña electoral repercuten al intentar cuadrar las cuentas para el gobierno. Las sumas se complican cuando los bolillos se enredan sin encaje. Y, además, el parto tiene fecha límite. La tensión hace romper aguas, que acaban en un meandro sin cauce. Por si fuera poco, la criatura tiene el cordón enrollado al cuello. La asfixiante situación le enrojece el rostro, pasando a un peligroso Estado, si no se corta por lo sano. ¡Y encima viene de nalgas!.

Nunca se tardó tanto en formar un gobierno, ni el desgobierno funcionó tan bien. ¿Tendría razón Bakunin? Esto del desgobierno ya lo vivimos en Bélgica, quizá por aquello de que Flandes fue español. Y, a pesar de todo, nadie es capaz de poner la pica ni en Flandes, ni en la Moncloa. En los tiempos que corren es difícil mantener las posiciones, porque la incierta niebla borra las difusas fronteras entre el interés propio y el bien común. Lo que lleva al crecimiento del número de daltónicos, que se confunden al elegir los colores complementarios en la escala de Pantone de los escaños del hemiciclo. En fin, el luto de los leones de la Carrera de San Jerónimo auguran la tinta con la que se escribirá el futuro.

Y así un hombre cualquiera, pesimistamente hablando, se prepara para sufrir un gobierno usado, de continuidad y conservador.

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