Un
hombre cualquiera se pone a la búsqueda de un regalo bíblico y literario a la
altura de la Mecenas del Quijote.
De
común acuerdo con la soñadora en pijama y la forzuda equilibrista decidimos el
regalo. La búsqueda analógica pronto sucumbió a las nuevas tecnologías. La
soñadora en pijama me dio una nota manuscrita con una misteriosa dirección: calle
Alcalá 94 y el nombre del negocio. Al llegar al número indicado ningún local
comercial parecía dedicarse al producto que buscaba. Revisé la nota con las
indicaciones y un doblez escondía: segunda planta. El misterio continuaba.
Armado
de curiosidad y cierta inquietud entré en el portal. La conserjería vacía me
facilitó escabullirme por las escaleras de madera. Los pequeños escalones me
hicieron tropezar en varias ocasiones hasta llegar a la segunda planta. Toqué
el timbre integrado en el marco de la puerta. Y un canoso librero me dio paso
al interior, mientras conversaba sobre
los pedidos para la 75º feria del libro. Me puse a husmear en las estanterías, cuando
noté una presencia. Fue un leve movimiento sobre la alfombra. La mirada de un
rebosante Garfield me observó unos segundos, justo los suficientes para
demostrarme su escaso interés en mi. Siguió dormitando como si ya se hubiera
leído cada palabra de los escritos que le rodeaban. El librero, que me recordó
a alguien, me atendió amablemente y a los pocos segundos me facilitó la obra
requerida: La Biblia según Mark Twain, editada por Valdemar y en pasta dura.
Tras pagarle el ejemplar, la vergüenza me impidió pedirle que me lo firmara.
Aquel tipo era igual que Samuel Langhorne Clemens.
Y así un hombre cualquiera se va con el regalo bajo el
brazo como si fuera un capítulo del libro de caballerías de Miguel de
Cervantes.
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