Un hombre cualquiera observa su reflejo en el Bernesga desde
el puente de los leones, antes de mezclar su rostro con los de sus paisanos por
la calle de Ordoño.
Incluso los apátridas tiene una inconfesable y oculta patria
chica donde poder refugiarse ante las inclemencias del destino. Allí, en mitad
del camino, acampa la Legio VII Gemina a la espera, entre otros muchos, de su
Genarín, sus Quijano y nuestro Durruti. Tantas miradas como vidas con sus
personales interpretaciones de la Ley Campoamor. Todos y cada uno de los hijos
de la ciudad colorean la historia según la visión particular del cristal por el
que miran. Y todos conforman una multicolor vidriera que se conjuga en primera
persona del plural. La fugacidad del tiempo se sigue midiendo por las
indicaciones del mensario del Panteón de los Reyes; independientemente de ser simples
plebeyos, revolucionarios o hasta el mismo imperator.
"Catedral Vidrieras XII", cedido por https://www.flickr.com/photos/athelass85/ |
El peregrino descansa en el crucero de San Marcos, soñando
con la libertad de Quevedo y la de todos aquellos cautivos que defendieron sus
ideas entre rejas sin poder ver los
tejados que recortan el azul del cielo. Una silueta de la ciudad que dibujó Gaudí,
plácidamente sentado, frente a Botines. Un skyline que comienza a 68 metros
sobre el suelo en lo alto de la torre del reloj de la catedral, serpentea por
los tejados y buhardillas del barrio húmedo y se colorea sobre la azotea del
Musac, terminando en el gallo de la veleta de San Isidoro, que señala más allá
del horizonte hasta dónde puede llegar un leonés cualquiera. Y, cada 23 de
junio, el humo de las hogueras de San Juan esparcen la celebración sin límites
ni fronteras.
Y así hombre cualquiera degusta, placenteramente, la cecina y la morcilla, mientras el cancerbero Guzmán vigila la ciudad
y aconseja con su dedo índice que "si no te gusta León, por ahí se va a la estación "
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