Un hombre cualquiera
siente las cuerdas vocales doloridas cada vez que vomitan, por lectura
involuntaria o insulto rencoroso, el nombre de Aznar.
Hoy, 7 de julio de
2016, Isaac Rosa firma su crónica desde Bagdad para El Diario. El ex -
presidente y actual teórico y político mundial, José María Aznar, inaugura una
avenida con su nombre en la capital iraquí. Justo unos días antes de la apertura
por su esposa, Ana Botella, de los XXXI Juegos Olímpicos de Madrid 2016. Al
décimo tercer año, el mundo reconoce los esfuerzos y proclamas democráticas y
libertarias, que vociferaba a la sombra de su bigote. El sueño del ibérico
Napoleón se disipa por un mensaje de WhatsApp que le despierta a las siete de
la mañana. De repente, la avenida se desvanece y la placa con su nombre se
entierra sobre las ruinas de un devastado edificio. El contenido del mensaje es
un enlace a la portada del periódico que confirma la publicación del
"Informe Chilcot". En el informe, realizado por el independiente John
Chilcot, se confirma que la invasión se decidió con independencia de la opinión
de las Naciones Unidas y que Aznar, junto al primer ministro británico, se
encargó de convencer al mundo de la necesidad de la guerra. Más de una década
después las consecuencias del trío de las Azores han sido: 170.000 muertos, un
caótico polvorín en Afganistán y alrededores y una herida sin cura que se
resiente cada 11 de marzo. Como sentencia Soledad Gallego-Díaz en su columna
dominical, "[optaron] por las
fórmulas más devastadoras, sin examinar siquiera propuestas con resultados
sociales menos atroces."
El 16 de marzo de
2003 una borrasca se cernía sobre las islas Azores por el altivo aleteo de
cuatro mosquitos. Los altos cirros y estratos se formaban lentamente a partir
de una molesta brisa. Poco a poco, ésta se enfurecía hasta ser un insolente viento
capaz de despeinar con sus vaivenes los flequillos de Blair, Bush, Aznar y Barroso.
El leve aleteo de unos simples nematóceros en mitad del Atlántico desembocaría
en una tormenta de bombas y muerte sobre Irak. Estos aprendices de señores de
la guerra planeaban los movimientos de sus soldaditos sobre el tablero del Risk;
todo ello, en nombre de la libertad y contra las supuestas armas de destrucción
masiva, guarecidas en unas montañas muy lejanas. Y en la sombra de las cumbres el
mandato democrático articulaba la legitimidad de una guerra, que sería el
principio de una crisis de valores, de derechos y del único dios verdadero. El
negocio se medía en litros de petróleo, que se escondían a los informes de la
ONU y en los mensajes a la opinión pública, cegando a los ciegos líderes de
poder y de soberbia. Lo débil de la democracia se tambaleaba sobre una torre de
barriles rellenados con la oscura crudeza de la mediocridad.
Ciudadano A - Iván Ferreriro
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