lunes, 11 de julio de 2016

Lo soñado de los mosquitos

Un hombre cualquiera siente las cuerdas vocales doloridas cada vez que vomitan, por lectura involuntaria o insulto rencoroso, el nombre de Aznar.

Hoy, 7 de julio de 2016, Isaac Rosa firma su crónica desde Bagdad para El Diario. El ex - presidente y actual teórico y político mundial, José María Aznar, inaugura una avenida con su nombre en la capital iraquí. Justo unos días antes de la apertura por su esposa, Ana Botella, de los XXXI Juegos Olímpicos de Madrid 2016. Al décimo tercer año, el mundo reconoce los esfuerzos y proclamas democráticas y libertarias, que vociferaba a la sombra de su bigote. El sueño del ibérico Napoleón se disipa por un mensaje de WhatsApp que le despierta a las siete de la mañana. De repente, la avenida se desvanece y la placa con su nombre se entierra sobre las ruinas de un devastado edificio. El contenido del mensaje es un enlace a la portada del periódico que confirma la publicación del "Informe Chilcot". En el informe, realizado por el independiente John Chilcot, se confirma que la invasión se decidió con independencia de la opinión de las Naciones Unidas y que Aznar, junto al primer ministro británico, se encargó de convencer al mundo de la necesidad de la guerra. Más de una década después las consecuencias del trío de las Azores han sido: 170.000 muertos, un caótico polvorín en Afganistán y alrededores y una herida sin cura que se resiente cada 11 de marzo. Como sentencia Soledad Gallego-Díaz en su columna dominical, "[optaron] por las fórmulas más devastadoras, sin examinar siquiera propuestas con resultados sociales menos atroces."

El 16 de marzo de 2003 una borrasca se cernía sobre las islas Azores por el altivo aleteo de cuatro mosquitos. Los altos cirros y estratos se formaban lentamente a partir de una molesta brisa. Poco a poco, ésta se enfurecía hasta ser un insolente viento capaz de despeinar con sus vaivenes los flequillos de Blair, Bush, Aznar y Barroso. El leve aleteo de unos simples nematóceros en mitad del Atlántico desembocaría en una tormenta de bombas y muerte sobre Irak. Estos aprendices de señores de la guerra planeaban los movimientos de sus soldaditos sobre el tablero del Risk; todo ello, en nombre de la libertad y contra las supuestas armas de destrucción masiva, guarecidas en unas montañas muy lejanas. Y en la sombra de las cumbres el mandato democrático articulaba la legitimidad de una guerra, que sería el principio de una crisis de valores, de derechos y del único dios verdadero. El negocio se medía en litros de petróleo, que se escondían a los informes de la ONU y en los mensajes a la opinión pública, cegando a los ciegos líderes de poder y de soberbia. Lo débil de la democracia se tambaleaba sobre una torre de barriles rellenados con la oscura crudeza de la mediocridad.
 
Y así un hombre cualquiera aprende a reconducir su odio entre las cinco líneas del pentagrama, como cuando Iván Ferreiro compuso Ciudadano A.

Ciudadano A - Iván Ferreriro

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