Un hombre cualquiera
se despierta con un británico acento tras sonar en el despertador un atronador "God Save the Queen"
La nueva aplicación
de despertador me sorprende cada mañana con canciones de lo más curiosas y
variopintas. Lo mismo suena 'Duel of the Fates' que el 'Vuelo del abejorro' de
Korsakov. Esta mañana con puntualidad británica se ha accionado con dicho himno
monárquico, pero mi coherencia republicana, como un resorte, ha reaccionado,
rápidamente, para apagar el despertador. Demasiado tarde, su pegadizo ritmo se
me incrustó, a fuego, en el subconsciente. Después de varios años de
despertarse con el mismo sonido se ha producido el cambio al modo de
despertador de la Estación Espacial Internacional. Cada mañana los astronautas
son despertados con una canción distinta. A diferencia de los astronautas, aquí
no hay que utilizar la escafandra para las misiones en el exterior, aunque a
veces haga falta para no despresurizarse.
Ya en el exterior, el
día es más propio de Londres por el cielo nublado y los esporádicos ataques de
lluvia. Un par de manzanas más allá me cruzo con un repartidor de flyers con bombín,
que anuncia la apertura de una sombrerería bajo el lema: "para saludar con
aire decimonónico y ocultar las calvicies incipientes". Y las británicas
casualidades prosiguen a lo largo del transcurso de la mañana. Un madrugador
whasap del consorte levantino para informar del estreno del documental 'The Beatles: Eight Days a Week'. Tras la confirmación de mi asistencia a la
cita cinéfila, se abren las puertas del vagón frente a un cartel gigante de la
nueva película de "Bridget Jones Baby", aunque parece que han
cambiado a la actriz protagonista porque no se parece nada a la de las dos
primera películas. Más allá, en la puerta del autobús, dos hombres de mediana
edad comentan una curiosa noticia del periódico. Como no podía ser de otra
forma, la noticia se desarrolla en las islas británicas y, en concreto, a
Buckingham Palace. Por lo visto, Isabel II requiere de un jardinero y una
gobernanta para palacio. Uno de ellos confirma, jocosamente, que secaría todas
las plantas y rallaría la cristalería de bohemia, así que desechando la oferta
decide seguir camino de la oficina.
Y así un hombre
cualquiera piensa firmemente en que dios salve a la reina, mientras intenta
configurar la aplicación para que suene Freddy Mercury mañana en el
despertador.
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