lunes, 10 de octubre de 2016

Lo catártico de lo mediático




Un hombre cualquiera observa, como un espectáculo televisivo más, las noticias de última hora por su curiosa aparición en la franja televisiva de máxima audiencia.

El Vaticano, 2 de abril de 2005. La plaza de San Pedro acoge un ensayo cinematográfico de la futura escena de Ángeles y Demonios. Grupos de fanáticos católicos, regios guardias suizos, centenares de periodistas internacionales; todos apostados sobre los adoquines de la Santa Sede. Al otro lado de las cámaras, millones de espectadores, en pleno prime time, esperando la confirmación de la muerte de Juan Pablo II. La muerte del Papa y la destrucción del anillo del pescador por el camarlengo retransmitido a todo el planeta en horario de máxima audiencia.

Estambul, 15 de julio de 2016. El gobierno de Erdogan sufre un intento de golpe de estado por parte de su propio ejército. A las 23:00 horas los avances informativos y los teletipos anunciaban los movimientos contra el ejecutivo turco. El propio Erdogan, a través de un video grabado con el móvil, llamó a la población civil para que saliera a las calles a defender la tambaleante democracia del Bósforo. El insomnio internacional terminó cuando el gobierno reconquistó el poder, tras llamar la atención y fortalecer su imagen "democrática" internacional. Eso sí, una retransmisión a todo el planeta en horario de máxima audiencia.

Madrid, 1 de octubre de 2016. La sede del PSOE de la calle Ferraz acoge una junta extraordinaria de la Ejecutiva Federal para destituir al Secretario General. Frente a la sede, la prensa y los simpatizantes son contenidos por la policía. Tras casi medio día de reuniones y descansos, a las 21:00 horas, en pleno prime time, Pedro Sánchez anuncia su renuncia irrevocable al liderazgo de los socialistas. Las catarsis son necesarias para expiar los pecados y resetear los sistemas bloqueados, siempre con luz y taquígrafos para ser transparentes como el agua o, quizá, para teñir las aguas con el color del cristal con el que se quiere que se vea. Claro, la retransmisión a toda la península en horario de máxima audiencia.

Y así un hombre cualquiera disfruta del espectáculo de la vida en directo al más puro estilo de 1984 de George Orwell, aunque con un guión improvisadamente escrito.

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