Un hombre cualquiera observa, como un espectáculo televisivo más, las
noticias de última hora por su curiosa aparición en la franja televisiva de
máxima audiencia.
El Vaticano, 2 de abril de 2005. La plaza de San Pedro acoge un ensayo
cinematográfico de la futura escena de Ángeles y Demonios. Grupos de fanáticos
católicos, regios guardias suizos, centenares de periodistas internacionales;
todos apostados sobre los adoquines de la Santa Sede. Al otro lado de las
cámaras, millones de espectadores, en pleno prime time, esperando la
confirmación de la muerte de Juan Pablo II. La muerte del Papa y la destrucción
del anillo del pescador por el camarlengo retransmitido a todo el planeta en
horario de máxima audiencia.
Estambul, 15 de julio de 2016. El gobierno de Erdogan sufre un intento de
golpe de estado por parte de su propio ejército. A las 23:00 horas los avances
informativos y los teletipos anunciaban los movimientos contra el ejecutivo
turco. El propio Erdogan, a través de un video grabado con el móvil, llamó a la
población civil para que saliera a las calles a defender la tambaleante
democracia del Bósforo. El insomnio internacional terminó cuando el gobierno
reconquistó el poder, tras llamar la atención y fortalecer su imagen
"democrática" internacional. Eso sí, una retransmisión a todo el
planeta en horario de máxima audiencia.
Madrid, 1 de octubre de 2016. La sede del PSOE de la calle Ferraz acoge una
junta extraordinaria de la Ejecutiva Federal para destituir al Secretario
General. Frente a la sede, la prensa y los simpatizantes son contenidos por la
policía. Tras casi medio día de reuniones y descansos, a las 21:00 horas, en
pleno prime time, Pedro Sánchez anuncia su renuncia irrevocable al liderazgo de
los socialistas. Las catarsis son necesarias para expiar los pecados y resetear
los sistemas bloqueados, siempre con luz y taquígrafos para ser transparentes
como el agua o, quizá, para teñir las aguas con el color del cristal con el que
se quiere que se vea. Claro, la retransmisión a toda la península en horario de
máxima audiencia.
Y así un hombre cualquiera disfruta del espectáculo de la vida en directo al
más puro estilo de 1984 de George Orwell, aunque con un guión improvisadamente
escrito.
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