Un hombre cualquiera se levanta con la sensación de omitir algún recuerdo
del vigésimo día de noviembre y pone la radio en busca de respuestas.
Sobre la mesa de la cocina el calendario zaragozano estima que el día de San
Benigno y San Félix de Valois será lluvioso, pero sin festividad o aniversario
reseñable a la postre. En la radio, un analista político compara a la futura
administración Trump con un Moby Dick, que va a tragarse todo sin pensar en las
consecuencias de la digestión. Como el cachalote que, tal día como el 20 de
noviembre de 1820, provocó el hundimiento del barco que inspiró la novela de
Herman Melville. En mitad de otro mar (el Caribe), otro 20 de noviembre (de
1962), otro monstruo (el de la guerra) fue apaciguado por sus administradores de adrenalina (Kennedy y Jrushchov)
ante el inminente conflicto de los misiles. La alargada penumbra del miedo refleja
las sombras chinescas con la que se divierten los monstruos.
Por el patio de luces, un improvisado hilo musical resuena con la cascada
voz de Sabina, "que sufran por
amores los dictadores y los notarios". Una justicia poética en el mismo
día que comenzaban, en 1945, los juicios de Nuremberg. Las condenas incumplidas
y las celdas inhabitadas son el resultado de la languidez de la justicia. Al
final, el paso del tiempo entierra lo significativo de las fechas en la cara
oculta de los recuerdos.
Y así un hombre cualquiera recobra la memoria histórica para valorar, en su
justa medida, las muertes de los dictadores y los revolucionarios para explicar
de dónde venimos.