Un hombre cualquiera encuentra un maletín con catálogos de ascensores y la
hoja del lunes del 23 de febrero de 1981 en la caja de objetos perdidos de un
hotel.
Subir de los oscuros sótanos del infierno al liberado nivel a pie de calle
necesita de seguras escaleras con pasamanos o de un ascensor con poleas
reforzadas. Así, la visión comercial alemana envió a Helmut para llenar de
montacargas el prolífico boom inmobiliario post-franquista. Tras patearse medio
extrarradio llegó a su céntrico hotel. Comió algo en la barra del bar y subió a
su habitación. Tenía más cansancio que sueño, así que, tras archivar los
contratos del día y organizar su agenda, se puso el televisor. Un aparentemente
aburrido thriller político monopolizaba la programación, mientras contemplaba
la hoja del lunes, que giraba en torno al titular indiscutible de la jornada,
la investidura de Calvo Sotelo.
De repente la parsimoniosa votación se paró en seco. ¡Quieto todo el mundo!
Los disparos desconcharon las cornisas que decoraban el recién pintado sueño
democrático. Los ruidos de sables devolvían al miedo con insomnio y a las pesadillas
enterradas en las cunetas. La atención del desconcertado comercial germano se
desvió al ventanal con vistas a la Carrera de San Jerónimo. Cinco Seat 131 frenaban
ante el Hemiciclo apeándose una docena
de tricornios con fusil. Ante la peligrosa incertidumbre televisada y avistada,
Helmut recogió la maleta y su cartera. Devolvió su llave y atrapó un taxi que
voló hacia Barajas. Mientras, Juan Carlos I leía su discurso en blanco y negro;
Helmut respiraba todavía agitadamente al sobrevolar los últimos kilómetros de
una asustaba península, que aguantaba la respiración ante una nueva historia
para no dormir.
Y así un hombre cualquiera seguirá buscando entre los objetos perdidos que
guardan historias memorizadas contra el olvido.