Un hombre cualquiera se pierde vestido de escocés por los
cerros de Úbeda en plena noche de San Juan.
Sin GPS y con una brújula que ha perdido el norte, la única
opción es guiarse por las primeras señales de humo a la caída de la noche. Los deseos
se consumen en las hogueras y se volatilizan en el humo que embriaga los
centenares de hectáreas de olivares a la redonda. Al fondo del campo se intuyen
unas luces de fiesta y la brisa se envuelve parsimoniosa entorno a él, como la
marcha nupcial camino del altar.
El sueño de una noche de verano se escribe sobre el vestido
de la novia con los propósitos escritos en primera persona del plural. Los
invitados sofocan el calor de la hoguera con los brindis por los recién
casados. Y los deseos pedidos, por cada uno de ellos, se esconden en los
destellos de las pupilas, antes de interiorizarse tras los párpados. Los
novios, ya marido y mujer, extasiados por la magia del momento se miran
conscientes de que comienza la primera noche del resto de sus vidas.
Y así un hombre cualquiera encuentra el camino de la
felicidad al cuadrar la esfera de la brújula sobre el estampado de la falda
escocesa.
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