Un hombre cualquiera acude a la
feria con la soñadora en pijama para celebrar el solsticio de verano.
En un momento, mientras la gente
pasea entre las casetas y las atracciones, un hombre cualquiera se pierde y se
fija en una niña de coletas, gafas de pasta y un enorme algodón de azúcar rosa.
La pequeña, a su vez, está ensimismada con un mago con chistera. El fotógrafo del periódico local inmortaliza el momento, que
describirá con el siguiente pie de foto: "un mago entre algodones de
azúcar". Por su parte, el mago basaba su concentración en las esencias e
inciensos de la escribana árabe, que convertían su puesto en una
occidentalizada embajada del próximo oriente.
Sobre una silla flamenca, la mujer
barbuda se mesaba el bigote, después de imprimir su carmín sobre la afeitada
cabeza del hombre forzudo, que abrillanta con fruición sus pesas. Al otro lado
de la mesa, la pitonisa echa las cartas al armado vaquero, al que le confirma
su próxima admisión en el séptimo de caballería. Todo estaba envuelto con ese
olor a infancia, que le contagia con el síndrome de Peter Pan entre manzanas de
caramelo, globos de helio y farolillos de colores.
Y así un hombre cualquiera descubre
a la desconocida niña con pijama que soñaba con la felicidad cada vez que sopla
las velas de cumpleaños.
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