Un hombre cualquiera gusta de
imaginar realidades alternativas, porque sin teorías conspiranoicas la
literatura, el cine y las conversaciones de tertuliano y barra de bar se
extinguirían.
La exposición del 'viajero inmóvil' de
Chema Madoz en el Bellas Artes de Asturias navega cuidadosamente entre la
realidad y la conspiración. La relación de la conspiración y la realidad se
construye sobre el parasitismo y, en algunos casos, roza la sinecrosis (relación
simbiótica que perjudica a ambas partes hasta destruirlas). Una conocida
colección de Madoz fotografía un objeto y la sombra que se proyecta se
convierte en algo distinto en uso, apariencia o en concepción. Esto es una
máxima en la obra de Madoz, pero esta colección concreta es extremadamente pedagógica
para explicar la relación entre la realidad y las teorías conspiranoicas; porque
retrata a ambas en un mismo plano.
El asesinato de Kennedy en Dallas,
el ataque al World Trade Center de Nueva York, el viaje a la Luna o, más
cercano en el tiempo y en el espacio, el atentado del 11 de marzo en Madrid;
todos son ejemplos de hechos con versiones oficiales tan conocidos como las
explicaciones alternativas de sus teorías de la conspiración. Estas teorías
serían las sombras proyectadas por Madoz, que muestran una construcción
alternativa, distinta y hasta increíble, respecto al objeto fotografiado en
primer plano. La conspiración, por definición, es un plan perfectamente
articulado por una gran empresa o un gobierno para ocultar los verdaderos intereses
espurios de un hecho. El razonamiento conspiranoico obvia el sesgo de
confirmación de las explicaciones oficiales y utiliza los detalles y especulaciones
para ensalzar la teoría secreta que, como diría Jorge Drexler, sólo se
transforma. Una buena conclusión conspiranoica no puede terminar sin aquello de
'quizá nunca sabremos la verdad', pero las sombras de Madoz nos demuestran que
detrás de una gran realidad puede haber una gran conspiración.
Y así un hombre cualquiera seguirá
apoyando las teorías de la conspiración para salar los sinsabores de la
insípida realidad.