miércoles, 25 de octubre de 2017

Lo divido del tiempo



Un hombre cualquiera intenta abrocharse más fuertemente el grillete con minutero para que el tiempo deje de escurrirse entre las manecillas.

República española, 1937. Durante la guerra civil, el poder político, bélico y hasta el tiempo se dividía entre los dos bandos. Quizá la división es algo innato, porque hasta el meridiano de Greenwich parte en dos a la península. Esto ayuda para que nos partamos de risa de nosotros mismos. Como con los chistes de Gila, satirizando la eterna contienda y la hora de ataque al enemigo. Sin duda, el humor refleja las contradicciones de la realidad para tomar conciencia de sí misma. Así, durante la guerra, el Estado contó hasta con tres horarios distintos: la sincronización marcial del bando sublevado, el tiempo de la República y una hora menos en Canarias. Y, así fue como la República perdió la guerra una hora antes de que el bando franquista declarara la victoria.

Reino de España, 2017. El sábado, 28 de octubre, el horario de invierno congelará durante sesenta minutos el tiempo para que a las tres vuelvan a ser las dos. Esta decisión estatal, inicialmente, y, ahora, impuesta por una directiva europea se basa, principalmente, en cuestiones comerciales y económicas con los países del entorno. Pero, es algo arbitrario, porque Portugal o Irlanda si cuentan con un horario distinto y que sería compatible para España. En este sentido, los argumentos de reserva energética y, en consecuencia, de ahorro económico son nimios. La energía ahorrada, relativamente, por la mañana (¿qué oficina no tiene la luz encendida desde primera hora?) se gasta en los hogares por las tardes. Por tanto, la factura eléctrica sigue siendo un trastorno, similar a los efectos del jet lag. El periodo de adaptación horaria provoca una menor productividad laboral y apatía. Todo ello, a pesar que el aumento de las horas sin luz favorecen a la secreción de melatonina para dormir mejor y que la adaptación horaria fortalezca las defensas. Al final, los contras son más fuertes que los pros, como en la guerra civil.

Y así un hombre cualquiera decide arrancar las manecillas del reloj parando el tiempo contra las prisas y las ausencias.

martes, 17 de octubre de 2017

Lo corrupto de las llamas



Un hombre cualquiera sabe a ciencia cierta que la mecha del pirómano es tan negra como el dinero con el que le financian la gasolina los corruptos.

A pesar de las cenizas, del humo y de los oscuros intereses hay que negar la pena, la pesadumbre y la impotencia de uno de los pueblos más valerosos con los que he convivido. Resurgirán de las cenizas del Fénix para reverdecer sus montes, emblanquecer las fachadas ahumadas y ponerle buena cara al mal tiempo (más necesario que nunca). Ciertamente, el baluarte de su grandeza reside en sí mismos y en la fortaleza conseguida por las mil batallas que han librado, sin atisbar nunca el final de la guerra. De hecho, cada vez que una negra sombra les asombra los gallegos se crecen para combatir al enemigo y defenderse contra viento, fuego y marea. 

Muchas han sido las sombras y las luchas: los ennegrecidos naufragios que tintaron playas, rocas y hasta el orgullo; los descarrilamientos de vidas hacia la bendición del Apóstol; o, la foracidad de las llamas a pulmón abierto; ninguna batalla, absolutamente ninguna, ha podido empequeñecer a los rumorosos de Breogán bajo la plácida luna. Como siempre, después del caos, deberán batallar, nuevamente, contra los ignorantes, los salvajes y los imbéciles; aquellos que no entienden que el monte es un patrimonio inviolable ante el fuego, ante los intereses económicos y, sobre todo, ante las artimañas legislativas de los diputados y gobiernos sin visión de futuro. Un futuro oculto tras los fajos de billetes de la mesa de sus despachos, tras la usura de su inmoralidad y tras sus cuentas corrientes con números negros como el tizón. Ojalá que el humo les nuble los sueños y sus pesadillas se vean nítidas por la claridad del infernal fuego que han provocado. 

Y así, un hombre cualquiera espera que, pronto, las lluvias y las lágrimas derramadas provean de vida a lo que nunca tuvo que ser pastos de las llamas.