Un hombre cualquiera intenta
abrocharse más fuertemente el grillete con minutero para que el tiempo deje de
escurrirse entre las manecillas.
República española, 1937. Durante la
guerra civil, el poder político, bélico y hasta el tiempo se dividía entre los
dos bandos. Quizá la división es algo innato, porque hasta el meridiano de
Greenwich parte en dos a la península. Esto ayuda para que nos partamos de risa
de nosotros mismos. Como con los chistes de Gila, satirizando la eterna
contienda y la hora de ataque al enemigo. Sin duda, el humor refleja las
contradicciones de la realidad para tomar conciencia de sí misma. Así, durante la
guerra, el Estado contó hasta con tres horarios distintos: la sincronización
marcial del bando sublevado, el tiempo de la República y una hora menos en
Canarias. Y, así fue como la República perdió la guerra una hora antes de
que el bando franquista declarara la victoria.
Reino de España, 2017. El sábado, 28
de octubre, el horario de invierno congelará durante sesenta minutos el tiempo
para que a las tres vuelvan a ser las dos. Esta decisión estatal, inicialmente,
y, ahora, impuesta por una directiva europea se basa, principalmente, en
cuestiones comerciales y económicas con los países del entorno. Pero, es algo
arbitrario, porque Portugal o Irlanda si cuentan con un horario distinto y que
sería compatible para España. En este sentido, los argumentos de reserva
energética y, en consecuencia, de ahorro económico son nimios. La energía
ahorrada, relativamente, por la mañana (¿qué oficina no tiene la luz encendida
desde primera hora?) se gasta en los hogares por las tardes. Por tanto, la
factura eléctrica sigue siendo un trastorno, similar a los efectos del jet lag.
El periodo de adaptación horaria provoca una menor productividad laboral y
apatía. Todo ello, a pesar que el aumento de las horas sin luz favorecen a la
secreción de melatonina para dormir mejor y que la adaptación horaria fortalezca
las defensas. Al final, los contras son más fuertes que los pros, como en
la guerra civil.
Y así un hombre cualquiera decide
arrancar las manecillas del reloj parando el tiempo contra las prisas y las
ausencias.