sábado, 25 de noviembre de 2017

Lo alumbrado de la ilusión

Un hombre cualquiera se queda parado en mitad de la acera, a la hora indicada, para no perderse el encendido navideño.

A seis metros sobre los adoquines, Teresa, a oscuras junto a la ventana del salón, mira sin ver el trasiego de la calle. De repente se descubre en el reflejo del cristal sobre el que posa su mirada que pasa de la abstracción al detalle. El ajado maquillaje de primera hora deja entrever su ojo morado y los moratones de la espalda vuelven a molestarle. Comienza a remitir el efecto del calmante. El fluorescente de la cocina hace un quiebro que reduce el haz de luz que se filtraba por el pasillo. Al recuperarse la intensidad, la luminosidad se queda oculta, bajo el quicio de la puerta, por la presencia del monstruo.

Una lágrima furtiva le surca el rostro, mientras traga saliva sin moverse un ápice de su posición. A su espalda siente aquel peculiar olor y hasta el imperceptible sonido de su respiración desacompasada. Entonces, cierra los ojos como impulso para enfrentarse a él, pero sólo se le proyectan imágenes de los escasos buenos momentos vividos junto a él. Será la conciencia cristiana. Justo cuando decide darse la vuelta, una ráfaga de luz inunda el salón y ahoga al monstruo en las tinieblas. El encendido navideño le arroja luz sobre su ilusionante nueva vida. Una semana después de la orden de alejamiento la culpa ha comenzado a mudarse, ha descubierto nuevos canales en el mando a distancia y ha dejado de tomar las pastillas para no soñar.


Y así un hombre cualquiera aprende que, además del reclamo comercial del alumbrado, se encienden las ilusiones. 

domingo, 19 de noviembre de 2017

Lo familiar de los aniversarios



Un hombre cualquiera se queda de piedra por la celebración, por todo lo alto, del 20 de noviembre en Buckingham Palace.

En el Ball Room, Felipe de Edimburgo e Isabel II de Inglaterra brindan sus copas de bohemia con un burbujeante cava catalán. El brindis aúna en un solo tintineo a los ciento cincuenta comensales. Entre los asistentes el embajador de España, sorprendido, sólo toma un sorbo y se sienta reflexivo en su silla pensando que aquella será la primera y última vez que acudirá a una celebración de ese tipo. La reina realiza un discurso que se centra en celebrar esta fecha con su marido, cuya familia, los Mountbatten, estuvo relacionada con el régimen nazi; lo que puso a prueba, en su momento, la futura celebración del 20 de noviembre.

Los aplausos de los asistentes, al finalizar el discurso, espantan a las palomas de la ventana y rebajan el protocolo del acto. Los corrillos se empiezan a formar sobre la alfombra roja de terciopelo y los anfitriones se van repartiendo entre los grupúsculos. El éxito del Duque de Edimburgo es mayor entre los asistentes, porque su conocida dote humorística entretiene más que los amables comentarios de su reina. De hecho, aprovechando la ocasión, el consorte británico realiza este chiste con motivo de su 70 aniversario de boda: "Si ves a un hombre abriendo la puerta de un coche a una mujer, es porque se trata de un coche nuevo... o de una mujer nueva."

Y así un hombre cualquiera dirime cuantos de los invitados a la boda real de 1947 habrían apostado, porque los novios celebrarían su septuagésimo aniversario juntos.

viernes, 10 de noviembre de 2017

Lo ocultado del humo



 Un hombre cualquiera observa como las chimeneas empiezan a vertir "su vómito de humo a un cielo cada vez más lejano y más alto".

La ondeante senyera provoca una suave brisa que a cada kilómetro que se aleja va aumentando hasta convertirse en un temporal. Así, los malos humos se extienden como una plaga bíblica. Seguro que el antiguo archivista del Vaticano, Oriol Junqueras, en sus lecturas entre rejas, encontrará humeantes similitudes con la zarza ardiente y el polvo surgido del trote de los jinetes de la Apocalipsis. O, incluso, el hijo pródigo, Puigdemont, será recibido, si los del barco de Piolín y los supremos de toga lo permiten, con honores después de sus 40 días vagando por el desierto que rodea al Atomium.

Y, por decreto papal, los malos humos no son bien recibidos en el Vaticano. Las plegarias de paz y amor no son compatibles con el humo del tabaco, pero si con el humeante incienso que turba la conciencia y oculta la pestilencia ocultada bajo las sotanas. ¿Y qué haremos cuando ascienda de la Capilla Sixina una fumata negra?

Y así un hombre cualquiera observa el cielo esperando una señal divina que explique cómo seguir hacia el futuro.