martes, 27 de febrero de 2018

Lo paradisíaco del sur

Un hombre cualquiera honra el 28 de febrero escuchando la "Andalucía" versada por un Kanka a corazón abierto.

El lejano oriente no se antoja tan distante como mienten los mapas; porque, más allá de Despeñaperros, hay un paraíso por descubrir entre la enarbolada Sierra de Cazorla y la colonial Gibraltar del "God Save the Queen!". Incluso su envergadura cabe, de punta a punta, entre los gitanos lunares del pañuelo que unen la salada Isla Cristina y la arenosa ensenada de Taray. Una geografía salpicada por el salitre de sus marismas donde se asentó la soñada Atlántida y los altos vuelos sobre las columnas de Hércules para abrir el mundo al occidente desconocido. Un mundo repleto de míticas leyendas que siguen narrándose en los patios cordobeses, entre el aroma a geranio y jazmín, por la morena Fuensanta de Julio Romero de Torres. Cuyas historias relatan la vida desde el 'alhambrado' andar de los tristes a las galácticas incursiones de los 'jedis' asombrados por la Giralda, al ritmo de los universales quejidos de la tacita de plata.

Sus poetas se inspiraron entre los rascacielos de la 'Fifth Avenue' de Nueva York. Sus pintores retrataron la humanidad frente a los bombardeos fascistas de Guernica. Y sus cantantes entonaron sus letras "desde Algeciras a Estambul para pintar de azul las largas noches de invierno". Y cuando despunta la primavera, una saeta rompe al cantar el silencio de la madrugada entre los aplausos del Falla y el jolgorio de las casetas del real de la feria. Hasta que los romeros toman el amanecer con el rumor del vareo del mar y el oleaje de los olivos. Justo en la hora a la que parten las tres carabelas rumbo a ultramar hacia los mundos sutiles del pausado exilio de Alberti.


Y así un hombre cualquiera siente en el viento del sur los susurrados versos de Blas Infante y de Mariana Zambrano para seguir haciendo camino al andar...

lunes, 12 de febrero de 2018

Lo radiado de las palabras

Un hombre cualquiera imagina las ondas radiofónicas trotando en pleno vuelo hasta alcanzar cada transistor.

Quien dijo que una imagen vale más que mil palabras no había escuchado jamás la radio, o no le había prestado la atención que requiere. Esas mil palabras pueden detallar hasta la extenuación el matiz del color, el ángulo de cada forma y hasta el volumen cúbico que a simple vista pasarían totalmente desapercibidos. Además, la narración del locutor evoca la imaginación dormida, alimenta la capacidad reflexiva y humaniza lo contado sin lo prejuicioso de la mirada y lo desapegado de la lejanía. Lo contado, más que lo leído o lo visto, profundiza en la conciencia, por la íntima relación invisible entre el locutor y el oyente. 

Y, con todo y con eso, la radio se basa en la característica fundamental del ser humano, la comunicación. Son las ganas de contar con la necesidad de saber. Incluso, en ocasiones, se invierten los papeles cuando el locutor abre los micrófonos a los oyentes y ellos se convierten en protagonistas. Ambos amarran los micrófonos para que los mástiles permitan ondear las palabras a pesar de la fuerza del viento.


Y así un hombre cualquiera seguirá creyendo en las narraciones radiofónicas que alimenten el mito de Pegaso

domingo, 4 de febrero de 2018

Lo filosófico de las experiencias

Un hombre cualquiera reflexiona ante las tesis de Nietzsche sobre la muerte de Dios.

1981, Nerja. La infancia y la adolescencia cuentan con la necesidad de referentes para influir y construir el desarrollo hacia la persona adulta. La ayuda de estos faros para no salirse del camino son difíciles de seguir, cuando el barco está encallado tierra adentro. Sin embargo, la imaginación infantil puede navegar, desde tierra firme, si se deja guiar por la experiencia del capitán. Llegado el momento la tripulación se irá apeando en cada puerto y parte del patrón seguirá dirigiendo a pesar de que éste haya iniciado rumbo hacia la laguna Estigia.

2018, Barcelona. Alcanzar la vida adulta supone un salto al vacío, que intenta amortiguarse con la formación académica y, sobre todo, las experiencias personales. Este proceso de aprendizaje pasa del surrealismo, incluso daliniano, de las expectativas futuras, hasta los realistas jarros de agua fría del presente impensable. En esta tesitura, ni el mago Merlín nos aportará un truco maestro, ni el filósofo peripatético nos aportará una explicación mágica para solucionar la complejidad de  la vida. Llegado cada momento el vuelo de la lechuza calmara el miedo para conseguir una porción de felicidad y, por ello, el filósofo formará parte de ella a pesar de incumplir la máxima de Descartes. (Pienso, luego existo)


Y así un hombre cualquiera mata a Dios, cuando la filosofía, que no evita la muerte, sirve para entender la vida.