domingo, 4 de febrero de 2018

Lo filosófico de las experiencias

Un hombre cualquiera reflexiona ante las tesis de Nietzsche sobre la muerte de Dios.

1981, Nerja. La infancia y la adolescencia cuentan con la necesidad de referentes para influir y construir el desarrollo hacia la persona adulta. La ayuda de estos faros para no salirse del camino son difíciles de seguir, cuando el barco está encallado tierra adentro. Sin embargo, la imaginación infantil puede navegar, desde tierra firme, si se deja guiar por la experiencia del capitán. Llegado el momento la tripulación se irá apeando en cada puerto y parte del patrón seguirá dirigiendo a pesar de que éste haya iniciado rumbo hacia la laguna Estigia.

2018, Barcelona. Alcanzar la vida adulta supone un salto al vacío, que intenta amortiguarse con la formación académica y, sobre todo, las experiencias personales. Este proceso de aprendizaje pasa del surrealismo, incluso daliniano, de las expectativas futuras, hasta los realistas jarros de agua fría del presente impensable. En esta tesitura, ni el mago Merlín nos aportará un truco maestro, ni el filósofo peripatético nos aportará una explicación mágica para solucionar la complejidad de  la vida. Llegado cada momento el vuelo de la lechuza calmara el miedo para conseguir una porción de felicidad y, por ello, el filósofo formará parte de ella a pesar de incumplir la máxima de Descartes. (Pienso, luego existo)


Y así un hombre cualquiera mata a Dios, cuando la filosofía, que no evita la muerte, sirve para entender la vida.

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