Un
hombre cualquiera reflexiona ante las tesis de Nietzsche sobre la
muerte de Dios.
1981,
Nerja. La infancia y la adolescencia cuentan con la necesidad de
referentes para influir y construir el desarrollo hacia la persona
adulta. La ayuda de estos faros para no salirse del camino son
difíciles de seguir, cuando el barco está encallado tierra adentro.
Sin embargo, la imaginación infantil puede navegar, desde tierra
firme, si se deja guiar por la experiencia del capitán. Llegado el
momento la tripulación se irá apeando en cada puerto y parte del
patrón seguirá dirigiendo a pesar de que éste haya iniciado rumbo
hacia la laguna Estigia.
2018,
Barcelona. Alcanzar la vida adulta supone un salto al vacío, que
intenta amortiguarse con la formación académica y, sobre todo, las
experiencias personales. Este proceso de aprendizaje pasa del
surrealismo, incluso daliniano, de las expectativas futuras, hasta
los realistas jarros de agua fría del presente impensable. En esta
tesitura, ni el mago Merlín nos aportará un truco maestro, ni el
filósofo peripatético nos aportará una explicación mágica para
solucionar la complejidad de la vida. Llegado cada momento el
vuelo de la lechuza calmara el miedo para conseguir una porción de
felicidad y, por ello, el filósofo formará parte de ella a pesar de
incumplir la máxima de Descartes. (Pienso, luego existo)
Y
así un hombre cualquiera mata a Dios, cuando la filosofía, que no
evita la muerte, sirve para entender la vida.
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