Un hombre cualquiera se encamina con
chaleco, gorra y clavel ajado en la solapa a la pradera de San Isidro
de la mano de la chulapa en pijama.
El autobús urbano parece una lata de
sardinas, pero lo paradójico de la estampa son todos los gatos que
se encuentran dentro. Y todos desembarcan en la plaza del Marqués de
Vadillo, que parece un hormiguero con el rumor del organillo, los
furtivos vendedores de cerveza y los castizos de origen y de
importación. Como la risueña Lili con su mantón de Manila, que le
otorga un aire exótico al paso de cebra en la confluencia con
Antonio de Leyva. El rasgado de sus ojos delata que conoce las guaridas
de los dragones que se guarecen en el corazón de Usera. Pierdo su
sonrisa entre la multitud hasta alcanzar la mirada cansada de
Almudena, abrazada a una boquiabierta Victoria entre sus brazos.
Ambas escalan los peldaños del metro, desde los desbordados vagones
de la línea 5. Almudena ha madrugado para
llevar a Victoria por primera vez a la pradera. El turno de noche no
sabe de festivos, ni los ilusionados hijos de promesas incumplidas.
A medida que la afluencia del suburbano
toma los escasos metros libres de la plaza, la marabunta va empujando
a cada una de las almas hacia los últimos resquicios de la pradera.
Las calles que separan la plaza de la pradera son un herbidero entre
colmados, bares y locales de asociaciones sociales. En el local de
Izquierda Unida, las britanicas pecas de Gloria abrazan a María,
envueltas ambas en una bandera multicolor. Y así por la inercia del
caminar se alcanzan los primeros puestos de rosquillas. En el segundo
puesto, Manuela, cuyas canas son un lienzo para dibujar las estampas
de sus setenta primaveras acudiendo a la pradera, atiende a propios y
extraños. A voz en grito bocifera los precios de las listas y las
tontas bajo unos frondosos madroños.
Y así un hombre cualquiera atisba un
rincón de pradera donde acampar, con su emperatriz berciana, un
reino para todos aquellos que protagonizan los carteles de su álbum
de recuerdos, a la sombra del pirulí.
Inspiración castiza con Mercedes deBellard
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